Saborit y las historias del señor X.


Pere Saborit es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. En castellano ha publicado Anatomía de la Ilusión,  (Valencia: Pre-Textos, 1997), Política de la alegría (Valencia: Pre-Textos, 2002), y Vidas Adosadas (Barcelona: Anagrama, 2006, Finalista del Premio Anagrama de Ensayo). En catalán, son suyos Breu assaig sobre no res (Barcelona: Amarantos, 1984), El plat preferit dels cucs (Barcelona: Edicions 62, 1987, Premio Documenta), Introducció al desconcert (Barcelona: Edicions 62, 1991) e Històries del senyor X. (Barcelona: Elipsis, 2008). Ha publicado asimismo artículos en Archipiélago, La Ortiga y en el suplemento en catalán de El País. Profesor Consultor de los estudios de Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya entre 2005 y 2010. Profesor Asociado, del Área de Antropología Filosófica y Filosofía de la Cultura, en el Departamento de Historia de la Filosofía, Estética y Filosofía de la Cultura, de la Universitat de Barcelona. Los aforismos que aquí presentamos son la traducción del catalán de fragmentos extraídos del libro Històries del senyor X. (Elipsis, Barcelona, 2008), realizada por el autor.


Si todo, de por sí, renueva el misterio de la existencia, el absurdo además lo celebra, según X.


A X. no le gustaba buscarse a sí mismo, porque tenía la sensación de estar actuando como confidente de la policía.


¿Qué lista debe ser la más larga: la de las cosas que hay en el mundo, o la de los criterios para clasificarlas? X. pensaba que los realistas y los relativistas comparten la misma pereza a la hora de comprobarlo.


X. era una persona del todo normal, pero no como resultado del esfuerzo de adaptación a los valores vigentes, sino por efecto de la contención de su capacidad imaginativa y de sus continuas ganas de reír.


El paso del tiempo pone las cosas en su lugar y, a la vez, deja el espacio a la intemperie, según X.


El oído capta las ondas sonoras del mundo a costa de amortiguarlas, o el sentido de la vista intercepta y neutraliza la luz. Todo el saber humano se nutre, así pues, de actos de violencia (y esta seria sin duda la forma adecuada de comprender el pecado original, según X.).


El hecho de que todas las culturas conocidas han acabado venerando alguna forma de divinidad, antes que argumento a favor de la existencia de esta divinidad, según X. hay que interpretarlo como un argumento en contra de la capacidad imaginativa del ser humano.


El perfil de aquel individuo que vio, por unos instantes, cruzar la calle, a X. le recordó la forma de una nube conocida.


Según X. tenemos que ser tan humildes como Dios, quien renunció al juego continuo de las paradojas intelectuales, y se limitó a crear el mundo material, respetando las leyes lógicas de principio de identidad y de no contradicción.


Las islas del conocimiento, donde reina el orden y el progreso, forman un archipiélago caótico en medio del océano de la ignorancia, según X.


Al presentar el hecho singular y maravilloso de sentirse vivo como un argumento más, entre otros, el vitalismo rinde tributo al pesimismo, según X.


A X. le habría gustado ser el autor de una frase a la que en la antigüedad se le hubiese atribuido un valor histórico, que en la época medieval hubiese sido considerada herética, en la era moderna diese pie a ser acusado de brujería, y en la época contemporánea no pudiese ser utilizada como lema en una campaña publicitaria.


Todo escritor, según X., escribe con la convicción secreta de que hay más poder en una sola frase que en todas las revoluciones que ha habido a lo largo de la historia; y, a la vez, todo lector está convencido de que el ser más poderoso del mundo no es nada sin alguien que le comprenda y le haga compañía.


A excepción de algún núcleo de resistencia interna, la estupidez humana no tiene límites, según X.


El hecho de recordar que toda explicación psicológica descuida la responsabilidad de las instituciones, y que toda explicación sociológica no tiene en cuenta las responsabilidades individuales, es la forma como, según X., la filosofía castiga a la psicología y a la sociología por pretender emanciparse de su tutela.


El hecho de que Hitler y Wittgenstein hubiesen sido alumnos del mismo colegio, X. lo consideraba la mejor lección de (anti)pedagogía posible.


Según X., nos pasamos la vida queriendo volver a salir de la barriga de nuestra madre, pero de forma voluntaria (siendo ésta su particular interpretación del mito platónico de la caverna).


X. nunca tuvo muy claro si el silencio de los sabios cabe interpretarlo como denegación de auxilio.


El hecho de que tendamos a distinguir formas conocidas en las nubes, pero no en los vómitos, demostraría, según X., que ciertamente nos place buscar el reconocimiento en la alteridad, aunque sólo hasta cierto punto.


Un conocido le dijo a X. que el día más feliz de su vida fue aquel en que tomó la decisión de no casarse y no tener hijos (aunque no disponía, claro está, de ninguna fotografía para mostrarle).


 El plato preferido de los gusanos