Cuestionario Chamfort: Carmen Camacho


El Aforista somete a los aforistas españoles al Cuestionario Chamfort, un listado cerrado de preguntas sobre la escritura más breve, con el propósito de cartografiar un mapa más o menos minucioso del estado del género actualmente en España. En esta ocasión, es la escritora sevillana Carmen Camacho, quien nos pone al tanto de sus relaciones con el género aforístico.

¿Recuerda cuándo empezó a escribir a aforismos de una forma conciente, es decir, comprometido con el género en cuanto autor?

Durante mucho tiempo caminé por la línea que separa el darse cuenta del no saber sabiendo, aunque creo que en el fondo siempre supe que aquellas notas al margen que practicaba de continuo podían tener por sí mismas entidad, no eran tan residuales, me daban la vida en gran manera. Eso ya de por sí me interesaba, me interesa, de toda creación. La plena consciencia de lo que estaba haciendo llega en el momento en que comienzo a reunir y ordenar mis aforismos y contra-aforismos (hablaré de ambos, pues en mi obra se dan ambas prácticas de vuelo y aterrizaje) y a publicar conjuntos de ellos. Esas primeras publicaciones, en fanzines y hojas volanderas, fueron tempranas, en mi época universitaria en Madrid. La buena acogida de aquellas brevedades entre las amistades letraheridas con las que caminaba por entonces me sirvió de mucho aliento para continuar atrapando aquellos fogonazos y haciéndoles tomar cierto cuerpo.

Cuál es su método de creación y composición de aforismos? ¿Los corrige de forma concienzuda, o prefiere respetar la primera intuición?

Combino distintas vías de acceso y escritura, pues no todos estos textos tienen la misma condición y naturaleza. Los hay que son hallazgo inmediato, que proceden de la libertad asociativa, del extrañamiento, del juego, el fuego y el asombro que provoca un fragmento de belleza. Por lo común, estos suelen ser de corte poético y se han de cazar al vuelo –si los dejas escapar se van por el desagüe de la ducha– para nunca volver-. Estos suelen nacer ya cabalgando, y lo mejor que puede hacer una es no meterse, o no demasiado, con ellos. Acaso mejoras, pero preservando por entero la cepa. No la toques más que así es el ascua.

Otros, en cambio, son el remate o el regate de un pensamiento o emoción, y dejarlos escritos requieren una labor similar a la de componer el mecanismo de un pequeño reloj de pulsera. Escribirlos generan el placer de lo minucioso y de lo que tiene varias vueltas de tuerca. Entre una y otra suerte de aforismos y contra-aforismos hay un camino interesante de aprehensión y depuración, que una va modulando en virtud de lo que el propio pensamiento, emoción y lenguaje va pidiendo.

¿Cuáles son sus aforistas de cabecera?

No podría mencionar a cada uno, a cada una, y nombrar solo a algunos sería desmerecer al resto de mis luces sagradas en el territorio –sin vallar– de los aforismos y las breverías. Me declaro una apasionada de este tipo de escrituras, y cada vez que descubro una nueva voz –o voces tal vez consolidadas que no conocía– lo celebro y mucho. Por eso, de mis contemporáneos, preferiría destacar, más que la cabecera, mis nuevos descubrimientos: Abdelmajid Benjelloun o Isabel Mellado han sido dos de esos recientes festines de la delicia.

De la tradición, en mis altares tengo varios y pintos santos del aforismo y la brevería genial: José Bergamín, Carlos Edmundo de Ory, Cioran, Ramón, Juan Ramón… De nuevo: imposible enumerar sin cometer una injusticia.

Dígame su aforismo favorito, aquel que envidia no haber escrito usted.

Me moriría de pena si tuviera un aforismo favorito. No me es posible tener un predilecto, ni siquiera podría, sin cometer un profundo acto de infidelidad, traer uno que me hiciera salir airosa de esta pregunta. Tengo miles de favoritos, y van cambiando y girando y creciendo y tatuándose, incluso yéndose… Sospecho que alguno que otro me alegra el día desde mi dentro, sin ni yo saberlo, o no del todo.

Estoy llena de aforismos y contra-aforismos, son metralla interna que dan valor y alcance al explosivo en el que se convierte cualquiera que busque de veras hacer uso libre y descondicionado de la conciencia.

¿Recuerda el mejor aforismo sobre el aforismo que haya leído?

De nuevo me tendría que aludir a mejores, nunca al mejor. En el número de Ínsula dedicado al aforismo español del siglo XX, Erika Martínez nos invitó a una serie de aforistas practicantes a dar una poética de la cosa. Al punto de esta pregunta se me han venido a la cabeza algunos meta-aforismos que allí leí entonces. Traigo dos de ellos, de Andrés Neuman: “El aforismo llega después y entonces de anticipa”. “Cambiar de tema puede ser revolucionario”.

¿Qué lugar ocupa el aforismo en su actividad creadora, respecto a otros géneros?

Bastante destacado. Aunque solo he publicado hasta el momento un libro de aforismos y contra-aforismos –con grandísima suerte, pues ha conocido dos ediciones– todos mis libros sin excepción están atravesados de minimás, que pertenecen al mismo paño de los otros textos que incluyo; hacen de hilván, o algo así. Los cuadernos que me acompañan a todos lados y en los que tomo mis notas al vuelo están plagados de minimás, la más de las veces de esas que hay que cazar al momento-. Muchas de las reflexiones –de corte poético, generalmente– que realizo toman cuerpo de fragmento y en no pocas ocasiones de aforismo poético. Actualmente me encuentro en el proceso, largo para mí, de concepción de un libro de aforismos.

¿Cree que se está produciendo en España cierta burbuja aforística?

No lo creo así, celebro de hecho que se esté impulsando la práctica de estas escrituras, que en muchas ocasiones a los propios escritores se nos antojan residuales en el conjunto de nuestra propia obra, como si no tuvieran importancia, y como digo la realidad profunda suele ser toda la contraria. Creo que incentivar la creación de aforismos y contra-aforismos sanea además la práctica de pensar y sentipensar y dejarse decir de forma descondicionada, rica, libre, exacta. Nunca estará de más fomentar, realizar o celebrar este tipo de escrituras. Eso no quita obviamente de que haya aforistas mejores y peores, e iniciativas más cabales que otras, como sucede en cualquier ámbito de la creación. Celebro el auge actual del aforismo y otras formas breves. De ello saldrán no solo autores, sino lectores con paladar y capacidad de discernimiento.

¿Qué influencia cree que pueden haber ocasionado ciertos fenómenos sociales (como la publicidad o las redes sociales) en el actual boom del aforismo?

Yo destacaría más bien, de entre los fenómenos, el cambio en los soportes, formas y tiempos de lectura. De cualquier modo, el boom en este ámbito no lo es en términos de éxito editorial o moda insustancial, no al menos lo que de bueno puede palparse. Considero que la lectura de aforismos, como la de poesía, suele ser minoritaria, se dirige a un público exigente al que, quienes escribimos aforismos y contra-aforismos, también le exigimos cierta predisposición, atención y parte activa, ya que el aforismo solo se completa cuando participa en él la inteligencia y sensibilidad de quien lo lee. Dicho en otras palabras, los formatos y soportes se hacen más ágiles, pero las lecturas continúan siendo para una minoría, por suerte cada vez más amplia. También destacaría algunos estudios concienzudos, como el de José Ramón González, publicado hace unos años en Trea, o los monográficos dedicados en algunas prestigiosas revistas. Y el primor editorial de ciertas casas, que están dedicándole atención a este tipo de escrituras que, insisto, no suelen ser precisamente bestsellers ni dirigidas a un público acomodaticio. No creo que ningún editor en su sano juicio piense en forrarse publicando aforismos. Ni ningún autor escribiéndolos, claro. Destacaría también iniciativas de fomento como la convocatoria del Premio Internacional de Aforismos José Bergamín. Si estos fenómenos consiguen, al menos, que los propios escritores entendamos que no es minucia ni calderilla sino algo delicado y digno de consideración algunos de estos pequeños-grandes textos y su trabajarlos, nada de este esfuerzo habrá sido en vano.

¿Qué virtud y qué peligro puede tener el aforismo respecto a otros géneros literarios?

Lo pequeño se ve más, con sus virtudes y peligros. En un aforismo o contraaforismo una se la juega mucho más que en una parrafada. Y ese es además, para quien los escribe, su atractivo: jugar y jugársela. Así, a algunas “virtudes” de los aforismos se les puede responder con su correspondiente “peligro”. Un aforismo o una brevería, en este caso da igual su naturaleza, o es un organismo precioso y preciso o mejor tirarlo a la basura y empezar de nuevo. O dedicarse a otra cosa.

Nada más astrigente que un mal aforismo o que una brevería que no vuele. Un buen aforismo da la vida, uno malo te puede matar de lleno.

Para terminar, obséquieme con un aforismo inédito, nunca antes publicado en ningún otro sitio.

Pues creo que a la razón de la última respuesta me acaba de salir uno, aproximado aún, pero lo dejo aquí en esbozo: Colonizar las acepciones de tiro de gracia, de golpe de misericordia. Regalárselas al aforismo.


 microfilias