Gil-Albert: el placer de discurrir


Un arte de vivir es un volumen misceláneo, compuesto por anotaciones dispersas entre las cuales los aforismos tienen un papel destacado, donde Juan Gil-Albert (Alcoi, 1904-Valencia, 1994) "escribe, como si se tratara de un dietario personal", en palabras de Claudia Simón, aquellas reflexiones en bruto que luego darían pie, o no, a algunos de sus poemas, ensayos o artículos de prensa. Ese carácter primario, un tanto visceral, nos permite acceder a la intimidad del escritor desde una perspectiva nueva, la cual ya habíamos avizorado en su Breviarium vitae. Son sus disquisiciones, aun inspiradas en la España de su época, de total actualidad, plenamente vigentes, lo cual nos informa, para nuestro espanto, de lo poco que cambian algunas naciones por mucho que muden sus estructuras políticas, y para nuestro consuelo, de lo mucho que perviven los buenos textos cuando apuntan a lo esencial.




Cuando soy feliz, creo en Dios.

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Para mí, el supremo placer consiste, no en crear, sino en discurrir.

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La indolencia es, en muchas ocasiones, un antifaz, detrás del cual emprendemos a nuestro gusto arriesgadas empresas.

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Nada me es extraño, pero todo me extraña.

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No hay más que dos caminos a seguir: vulgarizarse o desesperarse. Pasen, señores, y elijan.


A poco que me distancia del trato de los hombres, sentándome por unas horas en el declive de alguna montaña, siento que me ennoblezco.

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Es imperativo del vulgo aturdirse, llenarse de humo la cabeza y sumir el corazón vacío e insatisfecho en la sombría corriente multitudinaria; esta necesidad explica el sentido de las públicas manifestaciones y diversiones de nuestro tiempo.

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En general, es terrible saber que estamos solos, pero hay momentos en que es delicioso sospechar que podemos estarlo: que nadie nos ve, que nadie nos observa, ni nos escucha, ni nos juzga; que nuestra soledad absoluta, con sus yerros, pero también con sus virtudes, nos pertenece por completo.

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Alguien me dijo un día, un polemista fino y audaz, J.B.: "Acabaremos convirtiéndonos en unos solitarios que se lanzan señales a través de las distancias". Como los astros, pensé.

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Solo cuando definitivamente hemos dejado de creer en nada, en nada absolutamente, ni en la misma nada como tal, renacemos a una creencia nueva que no tiene cuerpo ideal alguno, pero que se sustenta, insensiblemente parece, de la misma realidad inevitable y convincente, a pesar de todo, del existir.

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Cuando digo originalidad no me refiero tanto a lo original como a lo originario. Suele llamarse original a lo nuevo, a lo diferente, a lo imprevista. Lo originario es, por el contrario, lo de siempre, lo misterioso, lo muy viejo, Hay quien llama original a una planta exótica. Yo llamo original al hecho de que broten hojas, inopinadamente, y tan esperadas, de no importa qué especie vulgar en cualquier jardín público.

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Todo aquel que necesita aún del fervor colectivo es un ser primario, un ser sin desarrollar. Más que un ciudadano, es un selvático y responde más, por tanto, a la llamada de los supersticioso que a la moderada persuasión del escepticismo consciente.

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Todas las soluciones me inspiran desconfianza. No hay soluciones, no hay más que proyectos.

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Romanticismo y humor son antitéticos. Tal vez dos morbosidades, pero de signo contrario.

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Sólo aquel que se atreve a declarar, en un momento dado, que su enemigo tiene razón, es un hombre decente. ¿Pero ser decente significa hoy algún "valor" frente al hecho de ser negociante, mucho más remunerativo?

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En el fondo de toda doctrina sobre la vida humana, de toda política, tiene que latir oculto, imprescindible, en la clandestinidad, si de vida se trata, y no sólo de ley, un breve grumo seminal de anarquismo.

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Hoy los pantanos han sustituido a los pozos.

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La juventud es limitada, terca y trivial. En arte no entiende sino de modas. En política, de gesticulación.

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Creemos que las nubes vienen de lejos pero, en realidad, nacen, sin que nos demos cuenta de ello, en nuestra misma presencia, ante nuestros ojos.

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El amor no es más, ni menos, que un encandilamiento que no pide nada. Recibe graciosamente, por cuenta propia, lo que no le dan. La persona amada es para él, más que la fuente de las concesiones, el motivo de sus resonancias.

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Un fanático es un paralítico en acción.

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Mi ambición está puesta en personificar una suerte de sedentarismo chino que, con el tiempo, sobrevivirá a la vorágine.

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Buscar fortuna es salir al encuentro de aquellos, pocos, ignorados o anónimos, una élite de seres aislados -no una "minoría" de grupo- para quienes leer en medio del estrepitoso afán común pueda hacer los efectos de un buen manantial de alegría.

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De la capacidad para soportar las diferencias dependerá el nivel de cultura del porvenir.

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La humanidad va hacia una especie de soledad infinita de signo multitudinario.

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La madurez es dominio de sí mismo, pero, a la vez, disminución de la importancia de sí mismo. Creerse importante es ser, todavía, infantil.


JUAN GIL-ALBERT, Un arte de vivirRenacimiento, Sevilla, 2018. 150 págs.





Enciclopedia de libros españoles de aforismos

Inauguramos nueva sección, en la que vamos a empezar a recopilar los mejores aforismos de los libros escritos por autores nacidos o residentes en España, y publicados en nuestro país a partir del año 2010 en adelante. Lo hacemos para reunir en un único espacio virtual la más ingente cantidad de información posible sobre este tema, a modo de "enciclopedia" para su consulta por parte de cualquier interesado o estudioso en el futuro. Las primera obras que incorporamos son los libros de Carlos Marzal, Ana Pérez Cañamares, Jordi Doce, Dionisia García, Fernando Menéndez, Erika Martínez y Mario Pérez Antolín.

Pessoa: aprender a no ser nadie

La obra y la personalidad de Fernando Pessoa han sido sobradamente estudiadas, analizadas e incluso desmenuzadas desde que, en 1982, se diera a conocer uno de los títulos mayúsculos del siglo XX, su proteico y deforme Libro del desasosiego. La pluralidad y heterogeneidad del autor eran, no sólo conocidas, sino fomentadas por él mismo, así que sería ocioso abundar de nuevo en ello. Aun así, tal vez se haya incidido excesivamente en su gusto por los heterónimos desde la perspectiva de la multiplicación de la identidad personal, orillando el hecho de que, detrás de ella, late un proyecto de destrucción de la misma, una verdadera tarea de conquista del anonimato esencial del ser humano.


Los sofismas de Vicente Núñez

Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1926 - 2002) empezó a publicar sus peculiares 'sofismas' en octubre de 1987, y siguió haciéndolo prácticamente hasta su muerte en las páginas de los periódicos Córdoba y El Correo de Andalucía. Según indica Miguel Casado, "se trata de tiradas breves, que recogen en cada caso ocho o diez frases, sin una especial ordenación ni alguna clase de afinidad temática". Estos sofismas se recogieron en volumen en varias ocasiones: Sofisma (1994), Entimema (1997) o Sorites (2000). El propio Casado publicó la antología Nuevos sofismas (Germania, Alzira, 2001), en la cual agrupaba los aforismos por temas, a modo de diccionario extravagante; con ello muchas de las anotaciones se iluminaban entre sí, logrando una apariencia sistemática que tal vez no había buscado conscientemente el autor (lo cual no significa que no existiera). En El Aforista compartimos algunos de los aforismos de este libro que más nos han llamado la atención.


Karl Kraus: el artista es el Otro

En palabras del filósofo y aforista Miguel Catalán, "de la síntesis entre lo ético estético procede la importancia del aforismo que, a partir de 1905, irá dominando toda la escritura del austríaco Karl Kraus (28 de abril de 1874 - 12 de junio de 1936), pero que constituye también la forma secreta de toda su escritura. Canetti lo expresa indicando que en sus libros y discursos nunca existió un principio organizador dominante, sino que las frases aisladas (inatacables, perfectas) iban ensamblando, el modo de sillares, una Muralla China igualmente eficaz en todas sus partes. Quintaesencia de su estilo y de un ideario personal que intentaba unificar fondo y forma, el aforismo de Kraus presenta una densidad excepcional y unas aristas cortantes, cualidades que tanto influirían en el estilo de escritura de Ludwig Wittgenstein, Elias Canetti, Thomas Bernhard o Peter Handke". El Aforista publica una breve selección de los aforismos de Karl Kraus, extraídos de La tarea del artista (Casimiro, Madrid, 2011), con la pertinente autorización de su traductor y antólogo, el propio Catalán, a quien agradecemos su generosidad.


María Zambrano: la entraña del cielo

En el libro titulado Dictados y sentencias (Edhasa, Barcelona, 1999), Antoni Marí realizó una selección de frases entresacadas de las obras de María Zambrano, tal vez la autora más densa, honda y audaz del pensamiento español de todos los tiempos. La exigencia de claridad que la propia Zambrano planteaba como horizonte moral y conceptual de la filosofía se traduce en un estilo con sobreabundancia de expresiones rotundas, apodícticas, válidas por sí mismas aunque deudoras de una cosmovisión que las ilumina y dignifica. Es por ello que la operación desnaturalizadora de Marí, y en general de todas las antologías que destilan aforismos a partir de textos de otra naturaleza, encuentra en este caso una plena justificación, tanto filosófica como poética.


Wittgenstein: reflexiones que siembran

Ludwig Wittgenstein nació en Viena el 26 de abril de 1889 en el seno de de una de las familias más prominentes y ricas del Imperio austrohúngaro. Creció en un hogar que proporcionaba un ambiente excepcionalmente intenso para la realización artística e intelectual. Es uno de los filósofos más relevantes del s. XX, gracias a su Tractatus logico-philosophicus. Mantuvo una posición muy crítica sobre sus colegas e incluso sobre lo que podían opinar de él otras figuras del ámbito científico. Murió en Cambridge en 1951, mientras se encontraba trabajando en un manuscrito que analizaba los supuestos y condiciones de la certeza, publicado de manera póstuma. Los aforismos que publicamos pertenecen a su obra Cultura y valor.