El coleccionista de intensidades


Juan Antonio Rosado.- Hiram Barrios, crítico, ensayista, traductor, cultivador del aforismo, emprendió durante años una amorosa pesquisa para entregarnos una de las antologías más originales en el ámbito literario mexicano; original porque no coleccionó géneros tradicionales (cuento, poesía o fragmentos de extensas obras narrativas o dramáticas), sino uno de los géneros argumentativos más breves: el aforismo, tal vez la forma incendiaria —chispa de pensamiento que enciende conciencias, puñetazo certero de una idea a otra— menos estudiada o valorada en nuestro país, acaso porque esta chispa, este puñetazo sea tan rápido y certero —arroja la piedra y esconde la mano, como diría Novo en un verso— que ha sido uno de los géneros menos experimentados.

En Lapidario, antología del aforismo mexicano (1869-2014), Hiram Barrios, jardinero de aforismos, ha visitado aquellos jardines de senderos que se conectan en el tiempo y espacio mexicanos, experimentó la gula del intelecto, una de las más apasionadas y apasionantes, y con glotonería y avidez, al cortar más de mil frutos maduros de cien árboles, se percató de que esos jardines y esos senderos son en realidad un inmenso bosque con múltiples aromas, trampas, pantanos, insectos y toda clase de peligros; una lírica e intensa vorágine de la que Arturo Cova quizá hubiera podido escapar por la lucidez y ausencia de barreras, sobre todo si consideramos los caminos que trazó Hiram Barrios para aumentar la comprensión y amenidad de su paradójicamente extenso volumen. Y digo “paradójicamente” porque siendo el aforismo uno de los géneros más breves, Hiram ha construido un vasto libro que, sin embargo, es sólo un fragmento del aludido bosque.

En el prólogo a su antología, Hiram Barrios realiza un sucinto recorrido histórico que indaga en el sentido etimológico del término "aforismo" y enlaza este género argumentativo con otros igual de lapidarios. Es valioso el deslinde que empieza a configurar entre proverbio, aforismo, refrán, dicho, minificción, etc. El autor caracteriza al aforismo como un género que requiere "brevedad extrema, visión autoral generalmente transgresora” e “independencia textual". También enuncia las variedades de aforismos. Esta escritura prosística se asemeja al ensayo por su naturaleza híbrida, pero no llega a ser ensayo debido a su brevedad y, agregaríamos, a su gran cantidad de elementos tácitos, a su certera elipsis. Y sin embargo, dicho silencio es justo el que nos obliga a inferir e ir más allá de las palabras. El lector, como coautor, debe completar de alguna manera el ensayo, o por lo menos la argumentación, y decirse: "Estoy de acuerdo" o "no estoy de acuerdo" con tal afirmación por esta o aquella razón. Es verdad: el aforismo sólo afirma (no desarrolla una idea ni argumenta un razonamiento), pero hay mucho detrás de su afirmación, y eso lo debe descubrir el lector. Por ello el aforismo se dirige a la inteligencia para hacerla sonreír, ganarle en una rápida carrera, indignarla o volverla cómplice. Podría afirmarse que el aforismo es el yo-crítico o el yo-cínico de los que habla Hiram Barrios, pero en complicidad con el yo-lírico. Este último garantiza la supervivencia del texto en tanto literatura, en la medida en que resulta el vehículo o la forma que revela una técnica, un estilo, y ya sabemos que en la técnica radica el arte, no en el tema como tal. El aforismo, además, a diferencia del proverbio, no intenta aleccionar en el sentido tradicional. Barrios lo ha expresado bien en una frase que en sí misma podríamos considerar como aforismo, aunque no sea independiente o pensada como tal. Afirma Hiram Barrios: "El aforismo sabotea la moraleja". ¿Será, en ese sentido, la auténtica antifábula? No porque la fábula es un género narrativo. El aforismo, en cambio, es expositivo y argumentativo, pero se rehúsa a explicar, y allí radica una de sus virtudes.

Los criterios preferidos al seleccionar los textos fueron la economía verbal, el humor, el cambio de paradigmas, el moralismo rebelde, así como la mirada crítica y transgresora. En primer lugar, los precursores: tres autores del siglo XIX: Juan M. Balbontín, Maximiliano de Habsburgo y el ubicuo Ignacio Manuel Altamirano, una de las cabezas más lúcidas y con la que, por cierto, mantengo lazos indisolubles tras dedicar casi cuatro años de mi vida a elaborar las ediciones críticas y anotadas de sus dos novelas más leídas. Luego aparece la sección titulada “Los albores del aforismo. Siglo XX”, con 10 nombres, entre los que destaca otra personalidad ubicua: Alfonso Reyes, pero también el ya de por sí lapidario Julio Torri y tres escritores del grupo de Contemporáneos. Lo que Hiram llama “Medio siglo”, tercera parte de su álbum, almacena a once escritores (entre ellos, otro ubicuo, Octavio Paz, y un escritor para escritores: Salvador Elizondo). Después, en “Diáspora y exilio”, desfilan 14 presencias extranjeras, como José Gaos, Luis Cardoza y Aragón, Sergio Golwarz y Augusto Monterroso. En la parte titulada “Fin de siglo” se exhiben muestras publicadas a partir de los setenta; entre otros, los aforismos de José Emilio Pacheco, Agustín Monsreal, Marco Antonio Campos, Jaime Moreno Villarreal, Felipe Vázquez y Juan Carvajal (recuerdo bien muchos de sus Aphorismythos en el suplemento Sábado, cuando lo dirigía Huberto Batis). Por último, la esperanzadora sección llamada “Propuestas para el nuevo milenio” incluye a quienes publicamos nuestros libros de aforismo al arrancar el siglo XXI, si bien, en mi caso, varios habían aparecido ya en Sábado a mediados de los noventa. Esta última sección incluye, entre otros muchos, a Raúl Renán, Guillermo Samperio, Raúl Aceves, Eusebio Ruvalcaba, Adolfo Castañón, Eko, Aurelio Asiain, Armando González Torres, Héctor Zagal y Luigi Amara. Sería tedioso mencionarlos a todos en una nota tan breve como esta, y no se trata de traicionar la brevedad.

Todo compilador —creo que Hiram Barrios no es la excepción— pretende contribuir a forjar una especie de “canon”, aunque cualquier inteligencia, por más precaria que sea, perfectamente sabe que, si bien hay nombres que se repiten —y que quizá se repetirán en los cánones literarios del futuro—, finalmente todo canon es tan relativo, dinámico, cambiante como cualquier fenómeno cifrado por el tiempo y el espacio; en suma, como cualquier fenómeno cultural. Y todo antologador pienso que también intenta rescatar algo para la posteridad. Espero que lo logre este volumen que nos invita a pensar, a reír, a viajar por el pensamiento, aunque tenga que permanecer entre la abrumadora minoría de seres pensantes.


Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014), FOEM, Toluca, 2015, 399 pp.



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Aforistas españoles vivos

Como un suculento y nutricio menú degustación ha sido mi lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma.


Los Cuadernos de Lichtenberg

De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.


Aforismos de Óscar Wilde

Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente editada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.


Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche

Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.


Reflexiones del señor X., de Enzensberger

Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.


La ventana invertida, de Miguel Catalán

La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.



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