José Luis Trullo.- A pesar de haber cultivado la novela, el ensayo y el teatro, a Elias Canetti se le conoce y reconoce sobre todo por su autobiografía y sus libros de apuntes (La provincia del hombre, El corazón secreto del reloj, El suplicio de las moscas, Hampstead). Y decimos apuntes, y no aforismos, porque en puridad nos encontramos ante un género que trasciende -por sustracción extrema- el género más breve hasta alcanzar el umbral mismo del silencio, coqueteando con él, seduciéndolo.
En Diálogo con el interlocutor cruel, texto que se encuentra incluido en La conciencia de las palabras (1975), escribe Canetti: "Los apuntes son espontáneos y contradictorios. Contienen ideas que a veces brotan de una tensión insoportable, pero a menudo también de una gran ligereza. Es inevitable que un trabajo al cual nos dedicamos día a día, durante años, nos resulte a veces arduo, estéril o tardío. Lo odiamos, nos sentimos cercados por él: sentimos que nos deja sin aliento. Lo que hay de insoportable en un trabajo impuesto puede resultar muy peligroso para el trabajo mismo". Los apuntes no son aforismos porque, a diferencia de la mayoría de estos, no están acabados, rematados: son germinales; apuntan a una diana que no se ve, y se desplaza constantemente; lacónicos, no se redimen al verse subsumidos en una unidad superior, sino que provocan al perplejo lector a tirar del hilo por su cuenta (y riesgo), en un laberinto cuyas exactas dimensiones desconoce y del cual ignora, ya no la ubicación de la salida, sino incluso si esta existe.
La naturaleza siempre provisional del apunte responde, antes que a una elección meramente estilística, a una antropología de la escritura, a un concepto del ser humano. "Un hombre –y esta es su mayor suerte– es un ser plural, múltiple, y sólo puede vivir por cierto tiempo como si no lo fuese. En los momentos en que se ve a sí mismo como esclavo de sus objetivos, no hay sino una cosa capaz de ayudarlo: ceder a la pluralidad de sus inclinaciones y anotar, sin elección previa, lo que le pase por la cabeza. Y esto debe aflorar como si no viniese de ningún sitio ni condujese a lugar alguno: será en general algo breve, ágil, a menudo fulminante, no verificado, ni dominado, carente de vanidad y de todo objetivo". Anotar, bosquejar, insinuar, sería el modo más leal de escribir, pues reflejaría con mimético escrúpulo lo que tiene el hombre de más propio: su esencia fugaz, su vocación siempre móvil.
Es muy probable que la pulsión anotadora de Canetti no fuese, en un principio, más que el resultado accidental de una vocación totalizadora aún más intensa, la cual cristalizó en su monumental ensayo Masa y poder. (En muchos sentidos, los libros de apuntes de Canetti son una suerte de "cuaderno de notas" o bitácora al paso de los días). No es aventurado afirmar que es precisamente esa voluntad omniabarcadora que presidió la primera fase de su periplo intelectual la que le llevó a estrellarse contra sus propios límites, y acabar asumiendo que el saber humano nunca será total y completo: a lo sumo esa totalidad puede ser atisbada, intuida, insinuada, pero nunca plasmada de un modo material y universalmente accesible. He aquí, pues, la paradoja: que para descubrir la profundidad insondable del apunte, antes hay que haber aspirado a -y fracasado en- la articulación prolija y detallada del sistema. Como él mismo afirma en El corazón secreto del reloj: "la desintegración del saber le da cohesión".
Que Canetti no se tomaba su apuesta por los apuntes a la ligera se constata en la abundancia de ocasiones en las que medita sobre ello. No es indulgente, no se deja llevar simplemente por una supuesta vocación o preferencia personal. Reflexiona, y lo hace a su vez en forma de apunte, con lo cual se traza una mise-en-abîme bastante irónica, pero totalmente convincente. A continuación reproducimos una selección de los apuntes de Canetti sobre el género del apunte, algunos de los cuales se presentan -como una especie de homenaje al autor- a su vez extraídos de apuntes más extensos.
Más breve, más breve, hasta que sólo quede una sílaba con la que se haya dicho todo.
Todo conocimiento suelto será valioso mientras se mantenga aislado. Pues al caer en el intestino del sistema se diluye en nada.
Lo que más rápidamente envejece es lo que se redondea.
Su mayor satisfacción, que él se niega constantemente, es la coherencia.
Para el pensamiento sistemático sólo hay un modo de salvarse: la declaración espontánea y casual que no es desarrollada luego.
No debes preparar los fragmentos para la imprenta. No debes unificarlos.
Sólo existe lo que realmente anotas en el instante.
Muchísimos pensamientos quieren seguir siendo cometas.
Nada me resulta tan insoportable como la 'mecánica' del pensar. Por ello quiebro su avance a cada frase.
La concisión de los libros chinos: así de conciso quiero llegar a ser o seguir siendo.
Frases en "una" palabra. Frases infinitas.
Un hombre que ya no dice nada, excepto frases imperecederas.
Desea que cada frase hable por propia experiencia.
Me irrita cualquier verdad que yo mismo no haya encontrado en este instante, con la rapidez del rayo.
Encontrar frases tan simples que ya no sean las propias.
Explicar un apunte es como refutarlo.
Dejar tal cual lo repentino.
Frases como pestañas.
En las frases aisladas es cuando menos se imita. Dos frases juntas ya parecen de otro.
Pausas y pausas, y entre ellas palabras cuadradas como fortificaciones.
Las frases se borran unas a otras, y eso le hace desdichado. Por eso convierte cada frase en una jaula propia.
Él desea dejar anotaciones dispersas como corrección al sistema cerrado de sus pretensiones.
El tono peculiar de los apuntes, como si tú fueras un hombre filtrado.
Siempre dice más de lo que quiere decir. ¿Qué debe hacer? ¿Reducirse él mismo o reducir sus frases?
La grasa de las obras se pudrirá y quedarán unas cuantas frases. Pero, ¿cuáles serán?
Expirar en la frase más breve.
Breve, más breve, hasta que él mismo no se entienda.
Hacerse incomprensible, hasta el balbuceo de los ángeles.
No expliques nada. Plantéalo. Dilo. Desaparece.
Aforistas españoles vivos
Como un suculento y nutricio menú degustación ha sido mi lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma.
Los Cuadernos de Lichtenberg
De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.
Aforismos de Óscar Wilde
Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente editada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.
Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche
Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.
Reflexiones del señor X., de Enzensberger
Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.
La ventana invertida, de Miguel Catalán
La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.