El mayúsculo Pascal de Torné


José Luis Trullo.- Los Pensamientos de Pascal es una de las obras más escurridizas de la historia; tanto es así que varía infinitamente en función de la edición (y no sólo de la traducción) que manejemos. La selección de los mismos que acaba de publicar Gonzalo Torné, de la mano de Hermida Editores -bajo el título de Tratados de la desesperación- puede calificarse, desde ya, como una de las mejores. Sin ser ni mucho menos de las extensas, pues en realidad a duras penas alcanza las 100 páginas, sí que es, desde luego, una de las más coherentes y homogéneas, y no sólo eso, sino que es la más inteligente y mejor organizada de todas las que he leído hasta la fecha (que yo recuerde, al menos otras tres, y ninguna menor).

Lo cierto es que la propia composición del libro -en realidad, un amasijo de notas, aforismos y pequeños ensayos con un propósito más o menos preciso, pero que nunca conoció una articulación formal clara y definitiva- ha propiciado las versiones, reducciones y adaptaciones más o menos afortunadas a lo largo de la historia. Algunas, desfiguran el original hasta hacerlo irreconocible, como es el caso de la traducida por Eugenio d'Ors; otras son tan fieles a la fuente, y tan prolijas, que no hay quien las lea con provecho, debiendo realizar una tarea de lectura en diagonal que causa dolor, de tan cruenta (me ahorraré referencias enojosas).

No es el caso de la de Torné, al contrario: destila esta edición tanta sapiencia organizativa, tanta lealtad al "espíritu" que sin dudo guió al autor, que yo creo que, de poder leerla, al propio Pascal se le saltarían las lágrimas de puro agradecimiento. El lector tampoco podrá reprimir la admiración, incluso la sorpresa, al redescubrir un texto que daba por sabido y consabido, y que sin embargo vuelve a lucir ahora en todo su esplendor desgarrado, en toda su ingrata lucidez. Y es que es la de Pascal una lectura implacable, certera, durísima, moderna hasta la náusea... tanto, que a ratos a uno le parece estar leyendo al mismísimo Cioran, otro espíritu despierto y atormentado.

Sin embargo, Pascal sólo es moderno en la detección de los males que aquejan a la humanidad, no en la terapia que propone para remediarlos. Para él, sólo en la fe puede el hombre hallar una vía para suturar su perpetuo desgarro entre lo que desea y lo que consigue, lo que siente y lo que sabe, lo que es y lo que querría ser. Su diagnóstico es claro: "Sin deseo y voluntad no se puede estar afligido, con deseo y voluntad sólo se puede estar afligido". Está claro que el hombre posmoderno ha decidido que su auténtica esencia consiste en desear y querer, por lo tanto, en sufrir a ciegas, alejarse de Dios, no preocuparse del infinito, abjurar de la razón y de la fe a partes iguales, y entregarse a las diversiones como si fuesen sustanciales, huyendo de sí mismo en una carrera uniformemente acelerada que acaba siempre mal.

A pesar de que la de Pascal es una apuesta cristiana de un modo total e inequívoco -y contra el tópico de que las razones del corazón que la razón no entiende son más importantes que las que tiene perfectamente claras-, no abjura el autor de la dignidad del pensamiento humano, antes al contrario: "El hombre debe centrarse en el pensamiento, allí radica su dignidad, sólo allí puede ser grande". En estas páginas se libra un combate decidido a su favor ("sólo un necio desobedecería su razón", "el hombre obra bien cuando decide según lo que dicta la voz constante de su razón") y en contra de las pasiones ("toda pasión dominada es una virtud"). Eso sí, razón y pasión nada pueden ante la pujanza de una evidencia, y es la de la absoluta miseria del ser humano privado de su apertura al ámbito de la trascendencia. Para Pascal, Dios "le enseña al hombre que tiene algo de valor en el fondo de su corazón, y le imprime el deseo de conservarlo"... ¿hay un premio mayor? Sin Dios -entiéndase lo que se quiera por este concepto, tan manoseado-, el hombre ni siquiera puede ser hombre por completo; y, sin el hombre, Dios ni siquiera 'sabría' de sí mismo... ¿qué tarea más alta? No se me ocurre ninguna.

En unos tiempos tan estúpidos como los que nos ha tocado padecer, el Pascal de Torné (así es como habría que referirse en adelante a este extraordinario libro que ya siempre me acompañará en lo que me queda de vida) supone una inyección intelectual y espiritual mayúscula. No hay línea sin sopesar, párrafo sin provecho, página que esté de más; al contrario, es un libro que te crece entre las manos a medida que lo lees, entre el estupor y la maravilla. Créanme, no soy yo muy dado a la hipérbole crítica... más bien lo contrario. Compren este libro, léanlo, subráyenlo y guárdenlo cerca de su corazón. Con dificultad van a encontrar, en esta decadente era del vacío, un compañero mejor.


B. Pascal, Tratados de la desesperación. Edición de Gonzalo Torné. Hermida Editores, Madrid, 2016. 131 páginas.



 Microfilias



Goethe: acreditar las dudas

Johann Wolfgang von Goethe (Frankfurt, 1749-Weimar, 1832) fue un poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán que ayudó a fundar el romanticismo, movimiento al que influenció profundamente. Su obra, que abarca géneros como la novela, la poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores, siendo incalculable en la filosofía alemana posterior y constante fuente de inspiración para todo tipo de obras. Su estilo, plagado de afirmaciones sentenciosas, ha permitido que la tradición espigue abundantes máximas, sentencias y aforismos, de entre los cuales El Aforista ha seleccionado los que reproducimos a continuación.


Los irónicos caracteres de La Bruyère

Jean de La Bruyère se hizo célebre con una sola obra, Los caracteres, o las costumbres del siglo (1688), compuesta por un conjunto de piezas literarias breves, que constituye una crónica esencial del espíritu del siglo XVII. El libro conoció nueve reediciones antes de la muerte del autor, la mayoría de ellas ampliadas con nuevo material. La venta de sus libros enriqueció notablemente al autor, lo cual no deja de resultar irónico tratándose de un texto que no deja títere con cabeza en su crítica implacable de la sociedad de su tiempo. El Aforista publica una breve selección de Los caracteres, precursor de la obra de los moralistas franceses que le seguirían.


Voltaire: contra la civilizada barbarie


François-Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire, fue un incansable luchador contra la intolerancia y la superstición y siempre defendió la convivencia pacífica entre personas de distintas creencias y religiones. Sus escritos siempre se caracterizaron por la llaneza del lenguaje, huyendo de cualquier tipo de grandilocuencia. Maestro de la ironía, la utilizó siempre para defenderse de sus enemigos, de los que en ocasiones hacía burla demostrando en todo momento un finísimo sentido del humor. El Aforista publica una sucinta muestra de sus máximas, decantadas por la tradición literaria a partir de su vasta obra de ficción y no ficción.

Amiel, el orgullo del desánimo

Compuesto por más de diecisiete mil páginas en doce volúmenes, el Diario íntimo de Amiel, escrito entre 1839 y 1881, fue publicado sólo póstumamente en un epítome de quinientas páginas y dos volúmenes por su amigo Edmond Schérer (1884). El autor había empezado a escribirlo atormentado "por la eterna desproporción entre la vida soñada y la vida real" y armado de un bisturí crítico despiadado, que ejerció con la obsesión de conocerse a sí mismo hasta el masoquismo. El Aforista publica una brevísima muestra del riquísimo cuaderno íntimo de Amiel.


Joseph Joubert: un espíritu ligero

De todos los moralistas clásicos franceses, puede que Joseph Joubert sea uno de los más ricos, profundos y matizados. Sin perder un ápice de la implacable lucidez que caracteriza a La Rochefoucauld, le supera con creces por su empatía humana, su tierna comprensión de las debilidades comunes. Irónico como Chamfort, se resiste en cambio a expresarse de forma ácida, decantándose más bien por una expresividad tenue, elusiva y vaporosa.


Chamfort: el valor de no aprender

La obra de Chamfort más célebre fue publicada en 1795 por su amigo Pierre Louis Guinguené, a partir de las notas manuscritas que el autor había dejado agrupadas en dos secciones, Maximes et Pensées y Caractères et Anecdotes, las cuales tenía pensadas publicar en un volumen titulado Produits de la civilisation perfectionnée (Productos de la civilización perfeccionada). El Aforista publica una brevísima selección de las máximas y pensamientos de Chamfort, como invitación a profundizar en el conocimiento de uno de los moralistas más agudos y profundos en su género

Vauvenargues: la virtud de la indulgencia

Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, nació en 1715 en Aix-en-Provence y murió en París, en 1747. Tras un tiempo de servicio en el ejército francés, se dedicó en exclusiva al pensamiento y la escritura, siendo su obra más destacada el tratado titulado Introducción al conocimiento del espíritu humano, seguida de Reflexiones y máximas (1746). De sus sentencias se realizaron varias ediciones, con distinto contenido, de manera que en la actualidad se dan a conocer agrupadas en tres secciones: publicadas, póstumas y suprimidas, esto es, que no aparecen en todas las ediciones. En total, suman 945, oscilando entre la máxima clásica, breve y concisa, y la reflexión más o menos extensa y sintácticamente trabada.


La lúcida amargura de La Rochefoucauld

No existe apenas espacio en las máximas de La Rochefoucauld para la bondad, la honradez o la generosidad; sin duda influido por sus propios fantasmas personales (fue un conspirador nato y un simulador genial), no admite en su estrechísimo mundo moral otro móvil que el de la codicia, el afán de imponerse y el deseo de medrar. Su lectura complace a los pesimistas y amargados en general, pero suele fatigar y aburrir a quienes buscan en el ser humano la polifonía de emociones que, sin duda, lo constituyen. El Aforista selecciona un breve ramillete de las máximas de La Rochefoucauld donde el escritor deja bien claras las directrices de su pensamiento, las cuales se repiten de forma insistente a lo largo de su obra aforística; si estas que presentamos no resultan del agrado del lector, tampoco lo serán todas las demás.



Libros al Albur