Gómez de la Serna: limpiar la mirada


Eliana Dukelsky.- Cuando nos adentramos en la biografía de Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963), su personalidad y su creación literaria, como si se fundieran en un caleidoscopio, parecen multiplicarse en ricas y diversas formas que cambian según el giro que imprimamos a nuestra búsqueda. Y es que, tanto su obra como su idiosincrasia, son tan variadas y extensas que todo aquel que se acerque a ellas con una intención aglutinante corre el riesgo de extraviarse.


Periodista y escritor polifacético, Ramón cultivó el ensayo costumbrista, la biografía, la novela, el teatro, e incluso inventó un nuevo género: la greguería. Íntimamente ligado a las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX, fue considerado por Octavio Paz como el único escritor de su generación que intentó crear en Madrid, en su tertulia literaria del Café de Pombo (activa desde 1915 hasta 1936), un ambiente verdaderamente vanguardista e internacional.

Como padre de la greguería, eje central de su obra, y que, a diferencia de otros géneros, cultivó a lo largo de toda su existencia, fue considerado por muchos un humorista dentro de una concepción superficial del oficio. Sin embargo, faltaríamos a la verdad si lo relegáramos únicamente a esta faceta, pues su labor creativa trascendió la puramente humorística; pero si nos empeñamos en ello, no debemos olvidar que todo gran humorista aloja un gran pensador y, como tal, a través precisamente de sus greguerías, Ramón realizó una poética reflexión sobre temas tan hondos como la naturaleza de la realidad, la sorprendente composición de la vida, y también sobre la muerte.

Y es que, por medio de la greguería, artefacto transformador de la realidad, Gómez de la Serna se convirtió en un observador cuya lente fue su palabra. Con humor, valentía y humildad, Ramón se situó en la linde de su propia mirada y desde allí nos invitó a participar en el desfile de imágenes, ideas y palabras que conformaron su particular universo poético. Un universo que alojó el juego, el ingenio, la alegría, el amor, el humor y la reflexión.

Con una profunda fascinación por la cultura visual, Ramón escribía en un despacho cuyas paredes rebosaban fotografías y recortes de periódicos. En ese caos visual, buscaba definir lo indefinible, capturar lo pasajero, descubrir las relaciones inusitadas entre los seres y las cosas, entre los pensamientos y la realidad. Él mismo definía la greguería como “fatales exclamaciones de las cosas y del alma al tropezar entre sí por casualidad”.

Precisamente en esa búsqueda entusiasta por hacernos evidente lo insólito, Ramón nos mostró las posibilidades de lo maravilloso dentro de nuestra propia realidad (“El mar se está queriendo hacer tirabuzones y nunca lo consigue”, “La lluvia cree que el paraguas es su máquina de escribir”, “El viento es torpe: el viento no sabe cerrar una puerta”); líricas asociaciones visuales (“El cisne es la S capitular del poema del estanque”, “En las playas, nuestros zapatos se convierten en relojes de arena”, “Hay cielos sucios en que parecen haberse limpiado los pinceles de todos los acuarelistas del mundo”); el hallazgo inusitado de un aspecto de la vida cotidiana (“Solo el paraguas de los niños es el que tapa”, “Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia”, “Los bebés con chupete miran al fumador en pipa como a un compañero de cochecito”); o el humor y el juego que anidan en nuestro idioma (“La B es el ama de cría del alfabeto”, “La S es el anzuelo del abecedario”).

Éstas fueron greguerías que nos limpiaron, de un plumazo, la segunda mirada; aquella lastrada por los símbolos, las experiencias y las creencias con que hemos arrinconado, inevitablemente, a la realidad, y nos sumergieron en el espacio frondoso de la imaginación más joven y activa; nos devolvieron esa primera mirada curiosa, alegre y tierna que nos reconcilió con el mundo, con su tedio y su dolor.

Las greguerías transmiten entusiasmo, curiosidad y amor por aquello que están mirando, pero también por el propio juego en el que se saben inmersas. A este respecto, Rodolfo Cardona apunta que Ramón “por medio de su juego constante logra percibir el verdadero significado de las cosas y consigue asimismo percatarse de lo serio que es el juego de la vida”. Y es que, como decíamos, el gran humorista, el gran mago de la palabra, no eludió sumergirse en aguas profundas: “Cae la niebla sobre la ciudad para ver si consigue que el hombre se olvide un poco de la realidad”, “Las costillas del esqueleto son como una jaula rota de la que se ha escapado el pájaro”, “Los recuerdos encogen como las camisetas”, “La realidad es el hueso de perro que roe el hombre”.  

En la greguería encontró Ramón un instrumento perfecto para hallar la poesía oculta en los objetos, las situaciones, los pensamientos y los sentimientos que rodean nuestra vida cotidiana. Su creador fue un excepcional escritor, pensador y mirador que tuvo la generosidad de iluminarnos las ideas, los ánimos, nuestra mirada.



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Savater: la expansividad de la alegría

Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es uno de los pensadores españoles vivos más relevantes. Su defensa de las formas breves, y del aforismo en particular, como instrumento adecuado para acceder a un tipo de conocimiento no necesariamente argumental, pero sí plenamente racional, se conjuga con su especial talento para sintetizar ideas convincentes en frases rotundas, incluso en el tránsito de un párrafo de mayor recorrido. Tirar de la cuerda es el título de un libro compuesto por este tipo de frases, entresacadas por el escritor Andrés Neuman de las propias obras de Savater, donde se revela esta habilidad innata del autor para la condensación brillante de conceptos complejos en la exigua extensión de un aforismo.


El aforismo según Roberto Juarroz

Según el autor argentino, la literatura fragmentaria prefiere la secuencia breve y concentrada, el trozo expresivo, los restos más valiosos que puedan salvarse del naufragio. Desconfía de la abundancia o el exceso de palabras y cree que algunas cosas, tal vez las más plenas, sólo pueden ser captadas enunciándolas sin mayor desarrollo, explicación, discurso o comentario. Supone que únicamente esa vía estrecha logra capturar la instantaneidad del pensar, de la visión creadora o de la iluminación mística, al no traicionar la momentaneidad quebradiza del fluir temporal.


El diario en aforismos de Valéry


En los cuadernos de Valéry abunda el género aforístico, hasta el punto de que podemos hablar de una especie de diario en aforismos (al estilo de Jules Renard, pero en adusto). La naturaleza puntual del aforismo es la que le permite acoger la suficiencia instantánea del relámpago: aquí, la digresión no haría más que diluir el efecto pretendido, que es el de acoger una totalidad en huida, una búsqueda sin término. Y es que Valéry siente "el horror por lo que no cabe en un instante". Y ahí es donde el aforismo se revela como la forma perfecta para su investigación filosófica, que es personal, que es únicamente suya, pero también la de todos..


Los aforismos de L.F. Comendador


Poeta y editor, Luis Felipe Comendador ha cultivado también la novela, el aforismo, el ensayo o la obra gráfica. En 2003 publica El amante discreto de Lauren Bacall, su poemario más sincero y duro, según ha reconocido el autor, en el que se funden el amor y la muerte en un ambiente de desolación. En esta breve muestra de sus aforismos, realizada por el propio autor, tenemos la oportunidad de acceder a una de las múltiples facetas de este escritor prolífico, fecundo y singular.


Benjamín Prado, sin cubrirse las espaldas

Benjamín Prado (Madrid, 1961) es un novelista, ensayista y poeta español. Ha recibido diversos premios, entre los que se encuentran el Hiperión, el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, el Premio Andalucía de Novela y el Generación del 27. Sus primeros cinco libros de poesía están reunidos en el volumen Ecuador (2002). Después ha publicado Iceberg (2002) y Marea humana (2007). Los aforismos que aquí presentamos lo muestran como un autor sagaz, lúcido y humorístico, capaz de transformar cualquier acontecimiento de la vida cotidiana en una frase brillante y certera, válida por sí misma de manera general.


Cuestionario Chamfort

El Aforista invita a los principales aforistas españoles a someterse a un escrutinio meticuloso acerca de sus métodos compositivos, gustos personales, autores de referencia, etc. Son diez preguntas que forman un listado cerrado cuya pretensión no es otra que cartografiar el estado actual del género, así como presentar un perfil sucinto y definido de los autores más solventes en nuestro país.


Oscar Wilde: el superhombre era él

Como atestigua una reciente edición de sus aforismos, Oscar Wilde poseía una perspicacia fuera de lo común; una capacidad de análisis social y moral incomparable; un estilo brillante, portentoso quizás. Cabe aclarar: Wilde no fue simplemente un literato, un hombre de letras, un muñidor de ficciones al servicio del entretenimiento y/o el deleite pasajero. No, Wilde fue un pensador, tal vez no un filósofo (por cuanto no remite, ni explícita ni implícitamente, a la gran tradición filosófica), pero sí un espíritu crítico guiado por la sed de conocimiento y el odio a la mixtificación... él, que siempre defendió la máscara como suprema faz.


Andrés Trapiello: El don de la conformidad

Si una peripecia diarística resulta especialmente llamativa en la literatura española contemporánea es la de Andrés Trapiello. Emprendida en el año 1990 con El gato encerrado, se viene prolongando a lo largo del tiempo con una tenacidad y coherencia que hay que agradecer, tanto al autor como a los editores, en esta época de compromisos efímeros y fidelidades que hincan la rodilla ante el primer contratiempo. De entre ellos, hemos espigado un puñado de espléndidos aforismos que revelan a un autor espléndidamente dotado para el género, y cuyo talento narrativo le informa puntualmente de cuándo una intuición requiere ser desarrollada en forma de párrafo o resultará más efectiva, desde el punto de vista del efecto literario, quedando en el estado de austero esbozo, de embrión o de promesa.



El elogio del aforismo de Ramón Eder



Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. En este artículo, Ramón Eder traza una deliciosa panorámica sobre el género más breve y más intenso de la literatura.





 Uroboro. Revista de cultura y pensamiento