Jardiel Poncela: humorismo y desprecio


José Luis Trullo.- ¿Son las Máximas mínimas, de Enrique Jardiel Poncela, lo que reza su subtítulo: "536 aforismos sobre temas que, por no ser de actualidad, están siempre de actualidad"? Sí y no. Sí, desde luego, contiene el libro más de medio millar de sentencias, todas ellas sobre temas que están siempre de actualidad: el amor, la amistad, la vida... No, porque la perspectiva desde la que los aborda el autor se ha revelado, con el paso de los años, harto caduca, "datada", incluso en muchos casos escandalosamente inactual.

Inactuales son, por ejemplo, sus aforismos sobre las mujeres, las prostitutas o el matrimonio, donde la misoginia apesta a tabaco de liar y a casino de pueblo: "La mujer adora al hombre igual que el creyente adora a Dios: pidiéndole todos los días algo"; "Nadie está tan solo como el que está a todas horas con una mujer"; "La mujer es un amasijo de varias pasiones confusas aglutinado por una sola pasión diáfana: la vanidad"... "Hay pocas prostitutas famosas cuyo ideal no sea llegar a ser una mujer honrada, y hay pocas mujeres honradas cuyo ideal no sea llegar a ser una prostituta famosa"... "El hombre se casa con una mujer; la mujer se casa con una solución"...

Mejora sustancialmente el estro de Jardiel cuando se despega valerosamente de su época y se aproxima a los asuntos con vocación auténtica de indagar en su esencia, sin caricaturas fáciles ni esquematismos grotescos. Así, por ejemplo, al abordar la moralidad: "La intimidad de los morales es la más libertina", "Hay una moralidad sexual y otra económica; la primera se derrumba ante la segunda, y la segunda se derrumba ante la primera"; la felicidad: "Ser feliz es no cambiar", "La felicidad es un funicular en el que los que bajan desengañados tiran de los que suben llenos de esperanza"; la verdad y la mentira: "La mentira siempre es creíble", "La verdad es siempre inverosímil", "Toda antigua verdad es una vieja mentira"; el ideal y la ilusión: "La ilusión es el error poetizado", "Detrás del ideal más puro hay siempre ilusiones"...

Se percibe en el Jardiel aforista una lectura provechosa de los moralistas clásicos, sobre todo del cínico La Rochefoucauld y su ácida mirada sobre su tiempo: "Las injurias y los daños llegan a perdonarse; los elogios suficientes y los favores, esos no se perdonan jamás"; "El amor del hombre va de más a menos; el de la mujer, de menos a más; por eso, cuando la mujer se halla más entusiasmada, el hombre está ya harto"; "El ladrón va siempre mejor vestido que la víctima"... Se echa en falta, por el contrario, la piedad y la empatía de un Chamfort o un Vauvenargues; de la honda y tierna humanidad de un Joubert, mejor ni hablamos. Y es que Jardiel no deja títere con cabeza, incurriendo en excesos que a duras penas pueden camuflarse que lo son tras la máscara de la levedad y la risa, pues ya el mismo autor admite: "En el fondo de todo humorismo hay desprecio".

Desprecio, mucho desprecio rezuman los aforismos de Jardiel Poncela, quizá demasiado. Desde la atalaya de la lucidez, arremete sin pudor ni mesura contra todo y contra todos. Sólo se echan en falta alusiones, siquiera sutiles, a algunos temas que, actuales en su época, también lo eran antes y seguirían siéndolo después; por ejemplo, Dios y el diablo, la Iglesia o el Ejército. Sobre fuerzas tan poderosas (sobre todo, en la España de la que habla Jardiel), ni mú. Jardiel era valiente, pero no tanto; incluso se nos antoja, desde la distancia, bastante cobarde. Incluso mezquino...

Con eso y con todo, no faltan los aforismos geniales en estas Máximas mínimas: "Se llama experiencia a una cadena de errores", "Se es más esclavo de los débiles que de los fuertes", "El romanticismo y el cinismo solo están separados por los minutos que tarda en marcharse el deseo"; "Al amor le excita el desenfreno; a la lujuria le excita la pureza"; "El que admira a alguien por algo necesita, para vivir a gusto, compadecerle por alguna otra cosa", "Ni el perro más dócil se dejaría atar para toda la vida"... pero eso no logra quitarnos el mal sabor de boca que nos produce todo libro de aforismos que abusa del poder de la pluma para ponerse el mundo por montera, eso sí, permaneciendo él mismo siempre a cubierto.


 Uroboro




Los pensamientos descabellados de Lec

S.J. Lec vivió experiencias capaces de marcar a cualquiera: un campo de concentración nazi, una guerra de maquis, la versión polaca del estalinismo... Sus amigos lo llamaban barón Letz (su verdadero apellido era De Tursch-Letz), y había nacido en el seno de una rica familia judía de Lwów. Lec hará de su infancia y juventud austrohúngaras un jardín de la memoria, y mantendrá el retrato de Francisco José sobre su escritorio hasta la muerte. Libertario y escéptico, Lec saca a la luz una exploración irónica de la realidad absurda del totalitarismo. La primera edición de sus aforismos data de 1957, e hizo que muchos se dieran cuenta de la profundidad que encerraban: decían más de la calamitosa experiencia del siglo XX que gruesos volúmenes académicos.


Gómez Dávila: el reaccionario más moderno

La obra de Nicolás Gómez Dávila no se vierte en grandes manuales escolásticos, sino que está impregnada del espíritu que, desde Chamfort hasta Nietzsche, hace confiar en el aforismo y el fragmento como promesa de una razón que pretende saltar por encima de las tediosas mediaciones. Capaz de recoger el testigo de la crisis de la Modernidad, no se limita a representar la consecuencia meramente intelectual de una época fragmentada de nuestra historia, sino que elabora con el material espiritual que se desprende de ella una obra de madurez intelectual y autonomía estética.


Los poéticos adagios de Wallace Stevens 

Poeta tardío y pausado como pocos, el norteamericano Wallace Stevens (1879-1955) sigue siendo uno de los grandes referentes de la modernidad poética. Acerca de su propia vida, dejó escrito: "Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores". Al menos desde los años treinta, Stevens fue llenando de notas varios cuadernos, con o sin título. A menudo anotaba frases o dichos de otros que le habían llamado la atención leyendo, y a veces también sus propias reflexiones a las que tituló habitualmente, en latín, Adagia. Los aforismos de Stevens fueron publicados en 1957, dos años después de fallecer.


Carlos E. de Ory, el taquígrafo del éter

Poeta ígneo, creador impulsivo y propulsivo, mente preclara, espíritu volcánico y ascensional, Carlos Edmundo de Ory fue un autor especialmente dotado para la escritura incisiva, para los lúcidos trallazos erupcionales. Aunque cultivó los géneros clásicos con destreza (he ahí su libro de sonetos para atestiguarlo), se lució en los más dúctiles, como el aforismo y el diario. El Aforista selecciona un puñado de apuntes de sus cuadernos, publicados en tres tomos por la Diputación de Cádiz.


Elias Canetti: más allá del aforismo

A pesar de haber cultivado la novela, el ensayo y el teatro, a Elias Canetti se le conoce y reconoce sobre todo por su autobiografía y sus libros de apuntes (La provincia del hombre, El corazón secreto del reloj, El suplicio de las moscas, Hampstead). Y decimos apuntes, y no aforismos, porque en puridad nos encontramos ante un género que trasciende -por sustracción extrema- el género más breve hasta alcanzar el umbral mismo del silencio, coqueteando con él, seduciéndolo. El Aforista presenta una selección de apuntes sobre el apunte del autor más lacónico.


 Librería Renacimiento


Oscar Wilde: el superhombre era él


Como atestigua una reciente edición de sus aforismos, Oscar Wilde poseía una perspicacia fuera de lo común; una capacidad de análisis social y moral incomparable; un estilo brillante, portentoso quizás. Cabe aclarar: Wilde no fue simplemente un literato, un hombre de letras, un muñidor de ficciones al servicio del entretenimiento y/o el deleite pasajero. No, Wilde fue un pensador, tal vez no un filósofo (por cuanto no remite, ni explícita ni implícitamente, a la gran tradición filosófica), pero sí un espíritu crítico guiado por la sed de conocimiento y el odio a la mixtificación... él, que siempre defendió la máscara como suprema faz.


Las deducciones gustosas de Juan Ramón

A pesar de ser universalmente conocido y reconocido como poeta, Juan Ramón Jiménez simultaneó su escritura en verso y su crítica literaria con el cultivo continuado del género aforístico. Según los últimos cálculos, el número de aforismos que escribió supera con creces los cuatro mil, los cuales abordan todo tipo de asuntos, aunque se decantan sobre todo (como, por otro lado, su propio obra en verso) por la temática ética, poética y metapoética. El Aforista selecciona un breve puñado de los aforismos de Juan Ramón Jiménez, con la intención de animar al lector interesado a adentrarse en esta amplia, y no muy conocida, parcela creativa del poeta andaluz.


El aforismo según Roberto Juarroz

Según el autor argentino, la literatura fragmentaria prefiere la secuencia breve y concentrada, el trozo expresivo, los restos más valiosos que puedan salvarse del naufragio. Desconfía de la abundancia o el exceso de palabras y cree que algunas cosas, tal vez las más plenas, sólo pueden ser captadas enunciándolas sin mayor desarrollo, explicación, discurso o comentario. Supone que únicamente esa vía estrecha logra capturar la instantaneidad del pensar, al no traicionar el fluir temporal. Este artículo fue publicado previamente en una revista universitaria mexicana.

Max Aub en el laberinto de su libertad

Max Aub fue un escritor que sembró su obra novelística y teatral de aforismos involuntarios, muchos de los cuales fueron recopilados por Javier Quiñones en el volumen Aforismos en el laberinto. En este breve ensayo, José Luis Trullo aborda el análisis del concepto de libertad en el autor hilando, a partir de los aforismos contenidos en el libro, un discurso de autodeconstrucción que el propio Aub describiría, tal vez de un modo inconsciente, a lo largo de su vida, sin duda al ritmo de sus propias peripecias biográficas y personales.

El diario en aforismos de Valéry

En los cuadernos de Valéry abunda el género aforístico, hasta el punto de que podemos hablar de una especie de diario en aforismos (al estilo de Jules Renard, pero en adusto y marmóreo). La naturaleza puntual del aforismo es la que le permite al autor acoger la suficiencia instantánea del relámpago: aquí, la digresión no haría más que diluir el efecto pretendido, que es el de acoger una totalidad en huida, una búsqueda sin término. Y es que Valéry siente "el horror por lo que no cabe en un instante". Y ahí es donde el aforismo se revela como la forma perfecta para su investigación filosófica...



Los Cohetes de Charles Baudelaire

Frente a la concepción actual de Charles Baudelaire como un hereje, un moderno prometeo, un santo laico, el autor del Spleen de París revela en sus diarios íntimos (parcialmente rotulados con el significado epígrafe de Cohetes) una dimensión religiosa provocadora y refrescante. Que en un mismo espíritu puedan coexistir, sin daño, una faz sacrílega y otra deísta, en un combate mucho más moderno que las actuales dogmáticas agnósticas, nos plantea un sinfín de preguntas y nos induce a la reflexión sobre la esencia de nuestra época, encorsetada por categorías estancas e instancias mutuamente excluyentes. La traducción que presentamos es inédita, y se publica por primera vez en El Aforista.



Los aforismos de Adorno en Mínima Moralia

La forma aforística, dice Adorno, renuncia a la contextualización teórica explícita, sin pretender ser concluyente y definitiva. El Aforista tiene el gusto de publicar el análisis del Dr. Dennis Alicea sobre esta obra, el cual forma parte del texto titulado La lógica del aforismo, leído como Discurso de Incorporación a la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española por parte del autor, el pasado 12 de diciembre de 2013. Se reproduce con expreso consentimiento del Dr. Alicea, a quien agradecemos la gentileza.


Los infernales proverbios de Blake

William Blake, excelso poeta, mayúsculo pintor, profeta y visionario... pero también aforista, de los del género proverbial, al estilo preclásico. Lejos del saloneo francés o la pacatería alemana, es el suyo un verbo rotundo, sapiencial, algo campanudo, de resonancias bíblicas, cuya desmesura al lector contemporáneo puede agradar, gracias a nuestro actual preferencia por los espíritus excesivos, incluso desquiciados. En los Proverbios del Infierno, Blake nos lega un puñado de frases lapidarias, solemnes y certeras, que no pueden dejarnos de conmover, si ya no mover (estamos demasiado desencantados para que nada nos arranque del sitio).


Jules Renard: dignificar el fracaso

"Reconozco mi adicción a ese maravilloso gruñón que es Jules Renard. Vuelvo continuamente a él porque me es imprescindible una voz como la suya, irónica, distanciada, que restablezca el equilibrio y juzgue a la realidad con la misma crudeza con la que ésta se nos impone a nosotros". Sergio García, ganador del I Premio Internacional José Bergamín de Aforismos, comparte en El Aforista su admiración por el autor de un diario célebre por su profusión en aforismos de gran calidad, así como por su suave misantropía, nunca demasiado amarga.




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