Palmeras solitarias y el oficio de escribir


José Luis Trullo.- Cuando un autor literario encadena dos buenos libros seguidos, podemos hablar de un "estado de gracia"; cuando ya los aciertos son continuados y persistentes, debemos empezar a calificarlo de "oficio". Quizás parezca pobre, en los tiempos de la creatividad compulsiva y la originalidad a machamartillo, imputarle a un aforista dicho atributo: es como rebajar su talento a un dominio técnico, a una sabiduría atesorada con el tiempo, a un control que ha sido logrado a fuerza de tesón, observación escrupulosa y autodominio expresivo. ¡Qué triste todo, a los ojos del individuo moderno desaforado, cuyo único sueño es romper cadenas y "liberarse"... incluso de sí mismo! Pues lo siento, e insisto: Ramón Eder tiene oficio, quizás el más bello del mundo: el oficio de literato consumado. Y si no hablo de él como de un maestro del género es por no endosarle algo que no sé si acogería en términos de elogio, ya que -según nos advierte en Palmeras solitarias, su último libro de aforismos-  "Si te llaman maestro es que has hecho algo mal".

Y no, no hay ni un solo aforismo malo, en Palmeras solitarias: todos se mueven en la amplia franja de lo acertado, lo convincente y lo excelso.

En la primera categoría (que sería la más exigua) incluiríamos aquellos que podría haber escrito casi cualquier otro buen aforista, en un día especialmente inspirado: "Un desagradecido es un idiota que no ha entendido nada de la vida", "En ciertas conversaciones lo que no se nos dice es precisamente lo único que oímos", "Las pequeñas macetas pueden dar grandes alegrías"...

En la segunda, aquellos aforismos plenamente ederianos, donde se percibe el genio único de su autor, su peculiar perspectiva, su endemismo: "Tan misteriosa es la vida que necesita una explicación misteriosa", "El peligro de salir a la calle se ve relativizado por el peligro de no salir de casa", "Quedar para tomar café tiene algo de ceremonia del té"...

Y por último encontramos las frases únicas, raras gemas que justifican por sí mismas cualquier libro en las que las leamos: "A veces hay que darle la razón al que no la tiene para que aprenda", "Si no perteneces a ningún grupo no puedes ser un mafioso", "Sin ilusiones no se puede vivir sin tristeza", "Al tiempo que vivimos es bueno añadirle fragmentos de eternidad"... y mi favorito, por las inmensas opciones interpretativas que nos abre: "Algún día podremos ver nuestros sueños en una pantalla y eso cambiará muchas cosas"... ¡qué maravillosa frase enigmática, fecunda, ilimitada!

Si reunir en 78 páginas tantos aciertos no fuese suficiente argumento como para no salir corriendo a la librería más próxima para hacerse con el libro, aún hay más: las viñetas con las que Eder lo ha enriquecido, unos encantadores monigotes que evocan los que trazaba el obsesivo Kafka con un propósito muy distinto; y es que allí donde el eterno insatisfecho plasmaba su desconsuelo infinito, nuestro vasco predilecto logra de manera eficaz su modo de estar en el mundo, esa actitud irónica y elegante, distante y civilizada, tan próxima en espíritu a la del dandy que nos negamos a calificarla de otro modo. No en vano en estos dibujos encontramos uno cuya leyenda reza como sigue: "Hay que ser un poco canalla para que te quede bien el sombrero".

Y aún hay más: un equilibrado prólogo de Juan Bonilla, un certero texto en la contraportada de Enrique García-Máiquez, una viñeta final con dos palmeras no tan solitarias como para no hacerse una compañía relativa... y, lo que es más importante, cuando no lo esencial: la resonancia de unos aforismos que siguen resonando en nuestra memoria y acompañando nuestros pasos, mucho tiempo después de haberlos leído y releído. ¿Y no es esa, la secreta aspiración de todo literato que cultive el dulce oficio de escribir: perdurar en el recuerdo como una parte más de nuestro ser, o junto al cuerpo nuestra prenda favorita?


R. Eder, Palmeras solitarias. Renacimiento, Sevilla, 2018. 78 págs.



Libros al Albur



Enciclopedia de libros españoles de aforismos

Inauguramos nueva sección, en la que vamos a empezar a recopilar los mejores aforismos de los libros escritos por autores nacidos o residentes en España, y publicados en nuestro país a partir del año 2010 en adelante. Lo hacemos para reunir en un único espacio virtual la más ingente cantidad de información posible sobre este tema, a modo de "enciclopedia" para su consulta por parte de cualquier interesado o estudioso en el futuro. Las primera obras que incorporamos son los libros de Carlos Marzal, Ana Pérez Cañamares, Manuel Neila, Victoria León, José Luis Morante, Ander Mayora, Jordi Doce, Dionisia García, Fernando Menéndez, Erika Martínez, Felix Trull, José Antonio Santano, Emilio López Medina, Carmen Canet, José Ángel Cilleruelo, Pedro Roso, Antonio Rivero Taravillo, Miguel Ángel Arcas, Gabriel Insausti y Mario Pérez Antolín, entre otros.

Los aforistas que se ocupan de Dios

Una somera lectura de los libros publicados en España en los últimos años, y ciñéndonos exclusivamente al siglo XXI, nos permite afirmar, de manera taxativa, que los aforistas españoles vivos, contra la impresión apresurada, sí se ocupan de Dios. A propósito de la publicación de la antología Las cosas que no son. Los aforistas y Dios por parte de Libros al Albur, reunimos un puñado de aforismos sobre Dios escritos por Juan Kruz, José Luis García Martín, Gregorio Luri o Jesús Cotta, entre otros.


De poetas a aforistas

Iniciamos en El Aforista una ronda de entrevistas con poetas que, en un momento dado, empezaron a cultivar el género más breve, hasta incorporarlo a su quehacer cotidiano. Van a desfilar con sus aportaciones Ana Pérez Cañamares (con quien iniciamos la serie), León Molina, Miguel Ángel Arcas, Raquel Vázquez y Erika Martínez, entre otros.


Cioran: la pausa del espíritu

Émil Cioran fue uno de los escritores más personalmente antihumanistas del s. XX. Nacido en Rumanía, hijo -como Nietzsche- de un pastor, recaló en París hasta su muerte, renegando de todos los rebaños. Sus libros, justamente célebres por su pesimista visión de la existencia, poseen una bella melancolía que los salva de la insulsa salmodia quejica. En ellos, además, encontramos muchos de los aforismos más redondos de la filosofía reciente; herederos, en parte, de los del Schopenhauer de Parerga y Paralipomena, así como de los textos breves de Lichtenberg y Kierkegaard, abordan de manera acerada y cruel algunos de los temas lacerantes de nuestra condición humana: la plenitud imposible, la muerte, el fracaso, la historia y sus pesos, la poesía y sus contrapesos...  En El Aforista nos hacemos eco de algunos de los reunidos en El ocaso del pensamiento (1940), uno de sus títulos formalmente más equilibrados y austeros, si es que se pueden usar dichos epítetos en un autor tan decididamente desmesurado.


Pessoa: aprender a no ser nadie

La obra y la personalidad de Fernando Pessoa han sido sobradamente estudiadas, analizadas e incluso desmenuzadas desde que, en 1982, se diera a conocer uno de los títulos mayúsculos del siglo XX, su proteico y deforme Libro del desasosiego. La pluralidad y heterogeneidad del autor eran, no sólo conocidas, sino fomentadas por él mismo, así que sería ocioso abundar de nuevo en ello. Aun así, tal vez se haya incidido excesivamente en su gusto por los heterónimos desde la perspectiva de la multiplicación de la identidad personal, orillando el hecho de que, detrás de ella, late un proyecto de destrucción de la misma, una verdadera tarea de conquista del anonimato esencial del ser humano.


Gil-Albert: el placer de discurrir

Un arte de vivir es un volumen misceláneo, compuesto por anotaciones dispersas entre las cuales los aforismos tienen un papel destacado, donde Juan Gil-Albert (Alcoi, 1904-Valencia, 1994) "escribe, como si se tratara de un dietario personal", en palabras de Claudia Simón, aquellas reflexiones en bruto que luego darían pie, o no, a algunos de sus poemas, ensayos o artículos de prensa. Ese carácter primario, un tanto visceral, nos permite acceder a la intimidad del escritor desde una perspectiva nueva, la cual ya habíamos avizorado en su Breviarium vitae. Son sus disquisiciones, aun inspiradas en la España de su época, de total actualidad, plenamente vigentes, lo cual nos informa, para nuestro espanto, de lo poco que cambian algunas naciones por mucho que muden sus estructuras políticas, y para nuestro consuelo, de lo mucho que perviven los buenos textos cuando apuntan a lo esencial.


Hiram Barrios: "El aforismo es una suerte de épica posmoderna"

El Aforista entrevista a Hiram Barrios, a propósito del boom aforístico que está experimentando España en los últimos años. Barrios (nacido en 1983) es escritor, traductor y catedrático. Estudió Letras en la UNAM y es especialista en Literatura Mexicana por la UAM. Ha publicado cuentos, poemas, ensayos y traducciones para distintas revistas, periódicos y suplementos culturales de circulación nacional. Textos suyos han aparecido en revistas de Colombia, Venezuela, Argentina y España. Es autor de los libros El monstruo y otras mariposas (ensayo, 2013) y Apócrifo (aforismo, 2014). Como experto estudioso del aforismo, también es responsable de la antología de autores mexicanos titulada Lapidario (2015). Es profesor de arte y literatura en el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México.


Los sofismas de Vicente Núñez

Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1926 - 2002) empezó a publicar sus peculiares 'sofismas' en octubre de 1987, y siguió haciéndolo prácticamente hasta su muerte en las páginas de los periódicos Córdoba y El Correo de Andalucía. Según indica Miguel Casado, "se trata de tiradas breves, que recogen en cada caso ocho o diez frases, sin una especial ordenación ni alguna clase de afinidad temática". Estos sofismas se recogieron en volumen en varias ocasiones: Sofisma (1994), Entimema (1997) o Sorites (2000). El propio Casado publicó la antología Nuevos sofismas (Germania, Alzira, 2001), en la cual agrupaba los aforismos por temas, a modo de diccionario extravagante; con ello muchas de las anotaciones se iluminaban entre sí, logrando una apariencia sistemática que tal vez no había buscado conscientemente el autor (lo cual no significa que no existiera). En El Aforista compartimos algunos de los aforismos de este libro que más nos han llamado la atención.


Karl Kraus: el artista es el Otro

En palabras del filósofo y aforista Miguel Catalán, "de la síntesis entre lo ético estético procede la importancia del aforismo que, a partir de 1905, irá dominando toda la escritura del austríaco Karl Kraus (28 de abril de 1874 - 12 de junio de 1936), pero que constituye también la forma secreta de toda su escritura. Canetti lo expresa indicando que en sus libros y discursos nunca existió un principio organizador dominante, sino que las frases aisladas (inatacables, perfectas) iban ensamblando, el modo de sillares, una Muralla China igualmente eficaz en todas sus partes. Quintaesencia de su estilo y de un ideario personal que intentaba unificar fondo y forma, el aforismo de Kraus presenta una densidad excepcional y unas aristas cortantes, cualidades que tanto influirían en el estilo de escritura de Ludwig Wittgenstein, Elias Canetti, Thomas Bernhard o Peter Handke". El Aforista publica una breve selección de los aforismos de Karl Kraus, extraídos de La tarea del artista (Casimiro, Madrid, 2011), con la pertinente autorización de su traductor y antólogo, el propio Catalán, a quien agradecemos su generosidad.


María Zambrano: la entraña del cielo

En el libro titulado Dictados y sentencias (Edhasa, Barcelona, 1999), Antoni Marí realizó una selección de frases entresacadas de las obras de María Zambrano, tal vez la autora más densa, honda y audaz del pensamiento español de todos los tiempos. La exigencia de claridad que la propia Zambrano planteaba como horizonte moral y conceptual de la filosofía se traduce en un estilo con sobreabundancia de expresiones rotundas, apodícticas, válidas por sí mismas aunque deudoras de una cosmovisión que las ilumina y dignifica. Es por ello que la operación desnaturalizadora de Marí, y en general de todas las antologías que destilan aforismos a partir de textos de otra naturaleza, encuentra en este caso una plena justificación, tanto filosófica como poética.