A la sombra de los libros en flor

 



José Luis Morante.- La literatura es un edificio babélico en continuo crecimiento. Potencia una larga historia de conocimiento y experiencia en la que está presente el discurrir espiritual del sujeto hasta conformar un ahora cultural de signos elocuentes, que mantiene la comunicación directa con el lector. De esa geografía letrada de la tradición se surte la conciencia individual al conformar su sistema ideológico, su singular manera de advertir el epitelio de la realidad y la propia ontología del ser.

De esa relación natural con el libro se nutren los aforismos integrados en Legere, eligere, de Carmen Canet (Almería, 1955), Doctora en Filología Hispánica, Profesora de Lengua y Literatura y vértice central de la arquitectura lacónica. Su itinerario creador yuxtapone las salidas Malabarismos (2016), Él mide las palabras y nos tiende la mano, una inmersión de aforismos desgajados de la senda lírica Luis García Montero, Luciérnagas (2018), La brisa y la lava (2019), Cóncavo y convexo (2019), en colaboración con Javier Bozalongo, y la entrega Olas (2020), en la colección que impulsa La Isla de Siltolá. Un activo periplo donde resalta su presencia en antologías del género y en las frecuentes colaboraciones críticas.

Antes de abrir página a este particular sondeo por los libros en flor, Carmen Canet promueve un encuentro de sensibilidades en el paratexto. En él suenan las voces de Federico García Lorca, Enrique Tierno Galván, Juan Carlos Rodríguez –que proporciona el título: “leer (legere) es elegir (eligere)”–, Emilio Lledó e Irene Vallejo, cuyos rescates reflexivos hacen de la lectura un cruce de ideas en libertad; refrendan que “Las palabras prestadas de otros escritores son el mejor bagaje que la lectura nos deja”.

Como si resolviera de inmediato la clave central de una ecuación, Carmen Canet propone en su primer paso una adivinanza que concede amplio acceso al lector. Se trata de ordenar el sedentario desorden que traza el trayecto colectivo por las avenidas de tinta. Si “Leer es compartir” son muchos los matices que aporta el suelo argumental. El libro es una estrategia de conocimiento de las profundidades del sujeto y, al mismo tiempo, un iniciador de los contenidos desplegados de los ámbitos circundantes; es, además, un escaparate de los misterios de la imaginación, capaz de solapar ciclos temporales: “Leer es revivir”, “Todo lo leído desde joven se sumerge, se guarda y en algún momento aflora, como un empuje de vida”.

El peso diminuto del aforismo expande hilos con la memoria: “De niña jugaba a leer. De mayor, solo leía”, “A veces limpiaba el polvo a sus libros y caían los ácaros de sus recuerdos”. “Si de niños nos han leído cuentos para dormir, tu vida ya es diferente”. También constata el interés metaliterario de la escritora al reflexionar sobre el diálogo verbal a través del esquema conciso: “La lectura es alma y materia, corazón y cabeza, faro y luz, hilo y cometa. Una barca sobre las olas”. Otro primer plano de la lectura de fuerte connotación cómplice es el siguiente aforismo: “La literatura tiene rasgos y trazos humanos. Por eso debe pasear por las calles habitar las casas. Debe rozar el suelo, pese a flotar”.

Carmen Canet integra en el discurrir aforístico una breve selección de collages, en la que se dan cita conexiones de formas fragmentarias y color. Cada instantánea focaliza una interpretación subjetiva que aporta sus apuntes visuales. Así se manifiesta en Legere, eligere un fondo reflexivo, original e inteligente, que muestra el carácter versátil, pero esencial, de la página escrita como estancia mediadora de conocimiento y comprensión. Quien lee, abre cauce a una identidad expandida, que va ajustando sensaciones y pensamientos al devenir sosegado del libro: “La lectura está siempre abierta, nunca cierra por descanso del personal, ni reserva el derecho de admisión”.

OTRAS RESEÑAS 


José Luis Trullo, Expirar en la frase más breve

Demetrio Fernández Muñoz, La lógica del fósforo

Javier Recas, El arte de la levedad

Florencio Luque, Caja de cromos

J.L. Trullo y A. Mayora, Meandros. En torno a Heráclito

José Luis Morante (ed.), 11 aforistas a contrapié

Antonio Rivero Taravillo, La orfandad de Orfeo

Ángel Crespo, Escrito en el aire. Aforismos 1975-1995

José Camón Aznar, Aforismos del solitario

Juan Manuel Uría, Dos por tarde

Rafael Ibáñez Molinero, La VIDA en minúscula

Felix Trull, Y de pronto, amanece

Javier Recas, Una aguda y grácil miniatura

Elías Moro, Lo inseguro

Emilio López Medina, La ignorancia

Hiram Barrios (ed.), Aforistas mexicanos actuales

AA.VV., Marcas en la piedra

J.L. Trullo y M. Neila (eds.), El cántaro a la fuente

Gregorio Luri: El amparo de las sombras

Miguel Catalán: Suma y sigue

León Molina: Tirar la piedra y esconder la mano

Miguel Ángel Gómez: Caída libre

Rosario Troncoso: Relámpagos

Miguel Ángel Alonso Treceño: Consciencia y viceversa

VV.AA.: Juega o muere. Los aforistas y lo lúdico

Francisco Ferrero: Un silencio propio

Carmet Canet y Javier Bozalongo: Cóncavo y convexo

Miguel Catalán: Suma breve

Gabriel Insausti: Estados de excepción

Rosendo Cid: Los consejos no son un buen sitio para quedarse a vivir

Javier Vela: El libro de las máscaras