Aforismos a lomos de águila


Jesús Cotta.- Permíteme, lector, que comience por el final: como lector de aforismos que soy, he descubierto que este es sin duda el mejor libro de cuantos he tenido en mis manos y, como autor de aforismos que también soy, he descubierto lo fácil que es para un autor caer en el espejismo de creer que cualquier pensamiento expresado con rotundidad, ingenio o misterio es ya un buen aforismo. Con Camón Aznar he descubierto, en fin, que hay que dejar reposar los aforismos bastantes años para que solo sobrevivan los realmente buenos, los que ganan con la edad, como el vino. No hay en este libro un solo aforismo que sobre. Ninguno escrito con prisa, aunque a veces fulminen como un rayo. Todos se los podría tatuar un adolescente en el costado sin arrepentirse durante el resto de sus días. Todos los podría adoptar una secta como lema y dejaría de ser peligrosa. Esas son las dos pruebas que yo les pongo a todos los aforismos y los de Camón las superan con creces.

Sorprende de veras la proliferación de aforismos excelentes que este librito contiene. Y además son tan variados en tema y estilo, que el libro nunca defrauda, y tan profundos y altos, que da vértigo. No se pueden leer más de dos páginas seguidas: la potencia de cada trago obliga a hacer pausas, y no porque haya que darse tiempo para comprenderlos, sino precisamente porque se comprenden tan meridianamente, alumbran tanto el paisaje, que hay que quedarse un rato en la cima para redescubrirlo, o a veces lo dinamitan con significados nuevos y así abren un túnel donde antes solo había impenetrable roca. Con cada uno descubro un secreto tremendo y podría estar esculpido en Delfos (¡con la tirria que le tiene el autor a Grecia!) o ser el verso más misterioso de un poema escrito de noche antes del cadalso. Incluso cuando no estoy de acuerdo con alguno de ellos, tengo la sensación de estar midiendo mis fuerzas con un gigante.

En un autor sin medias tintas ni componendas (“Todo lo que en la religión no es misterio… es sociología”) y radical en sus consejos (“No obtengas nada por unanimidad. Los malvados tienen que estar siempre frente a ti”), pero siempre amigo del hombre real y concreto, del arte esencial y, con temor y temblor y, a la vez, con cercanía, habla de un Dios profundo, misterioso y que derrama sangre sobre el cosmos. He aquí, por ejemplo, la diferencia entre el filántropo (Bill Gates) y el cristiano (santa Teresa de Calcuta): “¡Qué fácil sería el cristianismo si, en lugar de predicar el amor al prójimo, lo hubiera hecho al hombre en abstracto!”. O la diferencia entre las ciencias y las humanidades: “La ciencia descubre lo que ya está. El arte, lo que no está”. Por eso el científico es un descubridor, y el artista un creador: este está más cerca del Hacedor que aquel. Y aquí resume intuitivamente un tratado que aún no ha sido escrito: “Una definición total de cristianismo: cuando dices “¡Dios mío!”” Y ahora un aforismo que es la fábula de la zorra y las uvas llevada a la filosofía: “Nunca se es escéptico de lo que se tiene, sino de lo que no se ha podido conseguir”. Y este otro no sé si son para un libro de historia de la filosofía o una tesis filosófica en sí misma: “En Oriente, donde nace el sol, los profetas. En Occidente, donde muere, los filósofos”. Y con este convierte al filósofo en artesano: “Filósofo: profesional del pensamiento. Con los brazos arremangados, maneja las ideas”. ¿Y qué decir, más bien balbucear, de esta explicación perfecta para un manual de filosofía que es, encima, poética?: “El Ser Perfecto de Parménides es la esfera. Ella es la imagen del Universo. Pero llega el Cristianismo y la coloca en la mano de Dios”. Y ahora, máxima filosofía, máxima poesía: “Las águilas cuando vuelan no salen nunca del círculo de su alma”. ¿Y no es esto algo que Platón se quedó sin decir?: “Entre el árbol y su Idea está la columna”. Y cuánto en tan poco: “Pirámide. Alma de una montaña”. Y ahora sube un escalón más, pero ya hacia la mística: “Sublime espectáculo: el del cuerpo desmayado en brazos del alma”. Y es capaz de subir más aún, ya no sé muy bien a dónde, pero con ello condensa todos los endecasílabos de la Divina Comedia: “El ciprés crea a su alrededor claustros góticos”. Y son pléyade los aforismos como este, que, más que máximas, son aperturas, misterios vibrantes, notas extraídas de la música de las esferas que se queda resonando en la inteligencia y envolviendo la sensibilidad.

Por más oscuros que parezcan algunos de sus aforismos, nunca rebajan, sino que siempre realzan: “Una definición de locura: el espíritu que se espanta de su grandeza”. Y con otros hace rabiar a media Europa: “Síntesis del calvinismo.- Ama a Dios y te ahorrarás amar a sus criaturas”. O esta definición gloriosa: “Ateo. Ciego que se calienta al sol”. O derriba los ídolos de la posmodernidad con solo un soplo: “Anti-Nietzsche.-En cuanto suprimes a Dios, el pobre hombre se convierte en el pobre superhombre”, que seguirá sufriendo en silencio las hemorroides. ¡Y qué agudo contra los falsos profetas y agoreros de todos los tiempos!: “Todo lo que profetices -si no le pones fecha- se cumplirá”

Eso sí, el autor tiene, a mi entender, una imagen sesgada de Grecia; la concibe como una época en que los dioses son de frío mármol y las Ideas son el máximo logro intelectual. Se divierte en bajarla del pedestal en que por ser nuestro origen la tenemos. Dice por ejemplo: “«En el principio fue la geometría». Y el arte griego no pasó de ahí”. Olvida que el auriga de Delfos es más que geometría: es belleza, misterio, sosiego interior, dominio del cuerpo al servicio de un objetivo marcado por la inteligencia que nos diviniza. El ser humano en Grecia es un híbrido de dios y animal, y, en el auriga, la geometría y el canon y la proporción no son el objetivo, sino el medio para manifestar a través de nuestra imagen animal nuestra esencia divina. El auriga de Delfos nos está diciendo: aunque parece que me ha producido la tierra, como a los caballos que estoy guiando, lo que me define está en el cielo.

Cuando el lector cree que ya sabe de qué pie cojea el autor, le golpean en la cara dos o tres aforismos que le obligan a replantearse los esquemas y los prejuicios. Si alguien lee aforismos buscando que le den la razón o argumentos contra el enemigo, se ha equivocado de autor. Lector, no vas a subir a lomos de un burro, sino de un águila que va a donde le da la gana y que desconcierta con sus paisajes y sus presas. Camón es uno de los grandes.

José Camón Aznar, Aforismos del solitario. Edición y prólogo de José Luis Trullo. Libros del Innombrable/Apeadero de Aforistas, Zaragoza, 2020.


OTRAS RESEÑAS:

Juan Manuel Uría, Dos por tarde


Rafael Ibáñez Molinero, La VIDA en minúscula


Felix Trull, Y de pronto, amanece


Javier Recas, Una aguda y grácil miniatura


Elías Moro, Lo inseguro


Emilio López Medina, La ignorancia


Hiram Barrios (ed.), Aforistas mexicanos actuales


AA.VV., Marcas en la piedra


J.L. Trullo y M. Neila (eds.), El cántaro a la fuente


Gregorio Luri: El amparo de las sombras


Miguel Catalán: Suma y sigue


León Molina: Tirar la piedra y esconder la mano


Miguel Ángel Gómez: Caída libre


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Miguel Ángel Alonso Treceño: Consciencia y viceversa


VV.AA.: Juega o muere. Los aforistas y lo lúdico


Francisco Ferrero: Un silencio propio


Carmet Canet y Javier Bozalongo: Cóncavo y convexo


Miguel Catalán: Suma breve


Gabriel Insausti: Estados de excepción


Rosendo Cid: Los consejos no son un buen sitio para quedarse a vivir


Javier Vela: El libro de las máscaras


Miguel Ángel Arcas: Los tres pies del gato


León Molina (ed.): La poesía es un faisán


Felix Trull: La lección de Pulgarcito


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Jesús Montiel: El amén de los árboles


Emilio López Medina: Del amor y todo lo que le es propio


Carmen Canet: La brisa y la lava


Eugenio d'Ors: Gnómica


Ricardo Virtanen: El funambulista ciego


Juan Manuel Uría: La ciencia de lo inútil


Antono Cabrera: Gracias, distancia


Antonio Rivero Taravillo: Vida en común


Emilio López Medina: El arte jovial


Mario Pérez Antolín: Crudeza


Fili Mei. Los aforistas y la paternidad


Jacob Iglesias: Ovejas negras


Jaime Fernández: Maniobras de distracción


Francisco Ferrero: La revolución de la paciencia


Felix Trull: Líneas de flotación


Ramón Eder: Pequeña galaxia


Las cosas que no son. Los aforistas y Dios


Ramón Eder: Palmeras solitarias


Hiram Barrios: Apócrifo


Aitor Francos: Camas


Carmen Canet: Luciérnagas


Juan Eduardo Cirlot: Aforismos del no mundo


Manuel Neila: El juego del hombre


Carmen Camacho: Fuegos de palabras


Gabriel Insausti: Saque de lengua


Victoria León: Insomnios


Ander Mayora: El páramo


Eliana Dukelsky: Crianza


León Molina (ed.): Verdad y media


Sergio García Clemente: Mirar de reojo


Benito Romero: Horizontes circulares



ARCHIVO DE RESEÑAS


Aforistas españoles vivos

Como un suculento y nutricio menú degustación define Elías Moro su lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, "si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma".


El mayúsculo Pascal de Torné

En unos tiempos tan estúpidos como los que nos ha tocado padecer, el Pascal de Torné (así es como habría que referirse en adelante a este extraordinario libro que ya siempre me acompañará en lo que me queda de vida) supone una inyección intelectual y espiritual mayúscula. No hay línea sin sopesar, párrafo sin provecho, página que esté de más; al contrario, es un libro que te crece entre las manos a medida que lo lees, entre el estupor y la maravilla.


Pere Saborit: disolver lo consabido

Cuando el humor se utiliza de esta forma lúcida, fina, sin acidez, se convierte en uno de los medios más eficaces para disolver lo consabido, el sinsentido del mundo que hemos construido, tan lleno de convencionalismos que lo acartonan, enjuagando la suciedad sobrepuesta, extrayendo los sentidos implícitos. Al igual que el restaurador, al limpiar el polvo acumulado en un retablo gótico por siglos de abandono, devuelve parte de su brillo original, Saborit quiere devolverle al lenguaje esa función higiénica que al menos palíe en parte el sinsentido del mundo que hemos construido.


Juan Manuel Uría: lo oculto bajo tierra

Dos por la mañana es el primer libro de aforismos del poeta vasco Juan Manuel Uría, y en él comparte autoría con el artista gráfico Pablo Gallo, quien 'comenta' los textos con sus primorosos dibujos, plenos de ingenio y buen gusto. Estos aforismos nos muestran a un autor maduro e irónico que rehúye el estilo sentencioso para desgranar verdades cotidianas, basadas en el sentido común y el desprecio por la impostura y la retórica gratuita. Según Uría, "el aforismo debe ser nómada, ligero pero de huella indeleble, y algo canalla", y sin duda tienen los suyos mucho de grácil e incluso lúdico.


Cometario, de Jesús Cotta

Los conceptos que utiliza Cotta no son, para nada, innovadores ni originales, y la verdad es que tampoco lo necesitamos pues, como reza su aforismo, remedando a Gide: "Todo está dicho, pero se nos ha olvidado". Así pues, Cometario está trufado de benditas obviedades, perogrulladas sanas y verdades como puños que, en estos tiempos de inflacionaria (y superflua) creatividad desnortada, nos recuerdan que lo importante sigue siendo lo que importaba a los que nos precedieron, e inquietará a los que nos sigan. Pues: "Si no existe una naturaleza humana universal, ¿por qué a los hombres nos ha dado siempre por lo mismo?".


El monstruo ama su laberinto, de Charles Simic

La mayoría de las veces, un libro es un solo libro. En contadas ocasiones, un libro es el afortunado abismo al que se asoma el lector para contemplar su verdadero rostro. Simic, en El monstruo ama su laberinto, conforma un muestrario de pinzas, espéculos, agujas, jeringas y bisturís que llagan las manos ensangrentadas de los que se atreven a pasar página. Simic, cirujano y paciente, obtiene de esa autoexploración especular, unas reflexiones que abren la puerta a la sátira: “Los sirvientes de los ricos y poderosos están convencidos de que nosotros les envidiamos su servidumbre”. Pero Simic no se conforma con regodearse señalando los vicios que llevaron a la podredumbre del presente. “El ojo atento empieza a oír”, escribe con áspera lucidez.


Mapa de ninguna parte, de León Molina

Molina es un aforista portentoso, muy dotado, que rehuye con disciplina el chiste y la vana ocurrencia, para acometer sus composiciones con una precisión exquisita, donde nada sobra ni se echa en falta. Son sus textos sumamente breves, sintéticos, aquilatados, aunque para nada simples: rezuman esa dulce ambigüedad que caractiza a los grandes cultivadores del género. Casi nunca pontifica, y cuando lo hace es con la sabia benevolencia del amigo que va a respetar lo que, en cualquier caso, queramos hacer con nuestra vida. "Seducir es inducir sin aducir".


Convivir con lo inestable, de Eliana Dukelsky

La lengua o el espejo, el primer título de la autora, no es un libro de aforismos al uso. Ello lo percibe enseguida el lector cuando, a diferencia de otros títulos, no puede soltar el libro tras la amena lectura de una docena de páginas, por miedo a saturarse. Por el contrario, la impresión (completamente subjetiva, como cualquier impresión) es la de haber emprendido un viaje junto a la autora, y estar recorriéndolo, de nuevo, junto a ella, en una suerte de travesía submarina de la cual, de un modo u otro, intuye que va a emerger renovado, purificado en cierto sentido.



De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.


Los seminales aforismos de José Bergamín

El aforismo ocupa en la creación bergaminiana un papel no menor que reconoce él mismo cuando asume que "mis textos extensos, en cierta medida, son aforismos perifrásticos. Y mis aforismos, una autobiografía sincopada". El carácter vehemente de Bergamín le induce, con frecuencia, a descargar conceptos como trallazos, no por intuitivos menos profundos. En una carta a un amigo, le confiesa esta naturaleza convulsa de su expresión aforística: "mis aforismos se amontonan, sin darme cuenta, y me estorban para trabajar. Tengo que echarlos fuera pronto".



Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente publicada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.


Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche

Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.


Los entrañables motivos de Morante

En Motivos personales se establece "un diálogo raro entre un escepticismo de largo alcance y una ingenuidad entusiasta" que nos resulta familiar a quienes hemos superado la edad de creernos todo lo que nos cuenten. Esta veta pura que subsiste bajo la gruesa capa de los desengaños es la que le permite escribir, de forma espléndida: "No desmayes; en cada esquina roza la brisa del asombro" (que nunca sabremos si se lo decía porque lo creía o para no descreer de todo ya del todo), o: "De madrugada, un vitalismo insomne me pregunta qué hacer para empezar de nuevo". Probablemente Morante no se engañe y sepa que no es posible ese absoluto recomienzo: "Sé que lo creo no es cierto. Pero es tarde para buscar otras creencias"; pero sí que queda tiempo para ensayar pequeños reinicios, coincidiendo con la escritura de nuevas obras o, por qué no, con el reencuentro con las pequeña alegrías de la vida en contacto con la naturaleza.



Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.


El caracol dorado, de Dionisia García

El caracol dorado es una colección de aforismos que dibuja una sensibilidad moral; buena parte de los textos incide en la reflexión sobre las enseñanzas de lo cotidiano. Si es cierto que “abarcar el cromatismo de la vida es imposible”, el sujeto en tránsito mantiene un estado de búsqueda, ahonda en los matices, persiste en la tarea de observar las mutaciones y los pequeños gestos del entorno. De este modo de pensar y sentir surge el impulso de una escritura indagatoria que hace balance y postula enunciados aplicables a la experiencia. El libro prosigue el recorrido abierto en 1984 por Ideario de otoño, que halló continuidad, una década después, con Las voces detenidas.



La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.


La cruel certeza de Pérez Antolín

El aforismo goza de plena salud. Como género literario, ofrece una fórmula reflexiva, provocadora, asertiva que, pese a los interrogantes que es susceptible de abrir, da seguridad, pues proporciona una racionalidad que persigue poner en orden el mundo. Y el nuevo libro de Mario Pérez Antolín, La más cruel de las certezas, es un buen ejemplo de la actualidad del aforismo y de su eficacia como medio de expresar una racionalidad frente al desorden.


La duda sin complejos de Felipe Valle

Sobre un dolor mil veces reflexionado germinan los poemas, ensayos y narrativas de Felipe Valle Zubicaray. Pudiera parecer que su relación con los aforismos le revela como un chulo de certezas, pero lo cierto es que duda sin complejos. Borges diría de él que es inteligente porque duda. Quien suscribe añadiría que duda porque muere en cada palabra escrita. De sutil descaro se convierte en provocador de guillotina, donde primero se escribe lo que se siente y luego tal vez se lee lo que se piensa. Lo que son las cosas provoca en quien lo rastrea a golpe de clic ganas de más batalla. En este exótico diccionario, Felipe nos deja una vez más solos y a la intemperie para invitarnos a liderar el pensamiento propio estimulando el debate crítico y regenerador.


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